miércoles, 21 de octubre de 2009
LA IDEA DE LA MUERTE Y EL PROCESO DE MORIR
Finalizada la existencia del modo, interrumpidas las relaciones características de las partes externas que componen nuestro propio cuerpo, la esencia interrumpe su “función en la existencia”, deja de ser conato, tendencia o apetito y regresa a la esencia infinita que es su causa inmanente, de la que nunca se desvinculó.
Inmanente es aquello que es en otra cosa y nunca deja de ser en aquello que es.
La esencia de modo es inmanente de la esencia infinita de la que proviene y nunca deja de ser esencia infinita en el modo finito que es, aún cuando éste deje de existir.
Descompuesto el cuerpo que soportaba la existencia, todas las ideas que componían la mente y dependían de ese cuerpo, se desvanecen con él.
La idea es la cosa misma expresada en el atributo pensamiento o entendimiento. La idea del propio cuerpo, es el cuerpo mismo en la mente, un cuerpo mental, aquel que nos pertenece en nuestros propios sueños. La idea de las relaciones del propio cuerpo, es esas mismas relaciones en la mente, o sea, los propios afectos. La idea de la esencia, es esa misma esencia en la mente, es decir, beatitud, sabiduría o compasión.
Las ideas afección/pasión o ideas del primer género del conocimiento, son formadas por la mente, por ser una cosa pensante, en relación al propio cuerpo que es afectado o padece. Son ideas del propio cuerpo, representaciones, signos o huellas del propio cuerpo en la mente.
No son ideas adecuadas porque, “en tanto consideradas en sí mismas, sin relación al objeto (del que son ideas) no tienen todas las propiedades o denominaciones intrínsecas de las ideas verdaderas” (Ética II, definición IV). Es decir, no son por causa de sí mismas, no tienen realidad intrínseca, sin cuerpo afectado no hay ideas afección. Sin aquello que representan, sin aquello que señalan, sin aquello de lo que son huella, o sea, sin el propio cuerpo, nada son.
Finalizado el cuerpo, finaliza toda idea afección/pasión y con ellas toda afección o padecimiento, sin cuerpo que padezca no hay mente alguna que registre signos de ese padecimiento o huellas de esa afección. Las ideas afección/pasión son tan finitas como el cuerpo del que son ideas.
Como la mente y el cuerpo, son expresiones de una misma cosa en atributos diferentes (pensamiento y extensión), así como la supresión del cuerpo suprime todo padecimiento, la supresión transitoria de la mente, que todos conocemos como estado de inconsciencia, supone la desaparición de todas las afecciones, representaciones, signos o huellas del propio cuerpo mientras dure ese estado.
Las ideas del segundo género del conocimiento, ideas relación o nociones comunes, son de dos tipos: las más particulares o menos generales y las más generales o universales.
Las nociones comunes más particulares se refieren a las relaciones de mi propio cuerpo (y mente) con otros cuerpos (y mentes). Estas nociones comunes desaparecen absolutamente cuando muere mi cuerpo y con ellas desparece toda mi persona y personalidad, el “yo” que se relaciona se desvanece y con él todas sus relaciones.
Mueren aquí todos los afectos, en tanto “afecciones del cuerpo por las cuales la potencia de obrar del cuerpo mismo es aumentada o disminuida, favorecida o reprimida…” (Ética III, definición III) y muere aquí toda la imaginación y la memoria (Ética V, proposición XXI).
Las nociones comunes más generales o universales, son aquellas que se refieren a las relaciones de otros cuerpos (y otras mentes) entre sí, independientemente del mío. Estas ideas adecuadas perseveran en la existencia más allá de mí mismo y configuran aquello que todos conocemos como “universalidad del entendimiento” o “conocimiento universal”. Así como esas ideas no necesitaron de mí para existir, no necesitan de mí para perseverar en la existencia. Pertenecen al universo todo o modo infinito mediato y perseveran mientras éste exista.
¿Qué queda entonces de mí mismo?
Desaparecidas las ideas afección/pasión y las nociones comunes más particulares, toda la persona y personalidad que ellas configuraban se desvanece, y regresadas las nociones comunes universales al sitio al que siempre pertenecieron, algo se devela de mí mismo que permanecía oculto por toda esa construcción.
Aquello que se devela es mi “propia” esencia, esencialmente dicha, innata y por eso mismo ignorada.
Sucede aquí lo inverso de aquello que sucedía con las ideas afección/pasión. Éstas desaparecen cuando desaparece su causa externa, el cuerpo del que son ideas, inversamente, la esencia aparece por ser causa de sí misma, una vez desaparecidas todas las causas externas.
Desvanecidas todas las ideas, aparece aquí la causa misma de todo lo que es y obra, sin necesidad de ninguna causa externa, la causa de mi esencia que es la esencia misma.
Mi existencia es por causas externas, ellas mismas existentes, pero mi esencia es inmanente de la esencia infinita que es por causa suya, o sea, mi esencia es esencia infinita.
Las ideas afección/pasión (primer género del conocimiento) y las nociones comunes más particulares (segundo género del conocimiento), se desvanecen cuando desaparece su causa, el cuerpo mismo. A la inversa, la esencia aparece por ser causa de sí misma, aunque no tengamos de ella ninguna idea.
Nada perece de la esencia en el proceso de morir, él sólo es perecimiento de la existencia y por virtud de ese perecimiento, la esencia aparece despojada de toda su “función existencial”, despojada de todo conato, tendencia o apetito, expresándose a sí misma directamente.
El proceso de morir, desde el punto de vista mental, es un proceso de desvanecimiento de las ideas o de deconstrucción.
Todas y cada una de aquellas ideas que dependen, expresan, señalan o son huellas del propio cuerpo y de sus relaciones, se desvanecen con su muerte. Desaparecida la concordancia de esas ideas con lo ideado, desaparece su realidad extrínseca, que es su única realidad y nada queda de ellas mismas (Ética II, definición IV, explicación).
El desvanecimiento o desmoronamiento de esas ideas, devela y expresa la causa misma de todas las ideas, la esencia dichosa o entendimiento infinito, del que emana la infinita satisfacción inmutable (Tratado Breve, capítulo II, punto 3). Surge aquello que sólo tiene realidad intrínseca por ser causa de sí.
La esencia misma es impensable si no se ha ensayado y experimentado en la existencia con ideas del tercer género del conocimiento, paradójicamente, la existencia misma es sostenida en su transcurso o duración por la expresión de su esencia dichosa.
Somos sostenidos en la existencia por la expresión de la esencia dichosa o “función existencial de la esencia”, es decir, por el “conatus”, tendencia, apetito o deseo de dicha, que no es otra cosa que la propia tendencia a perseverar en la existencia o potencia de existir, o sea, la virtud misma (Ética IV, proposición XXII), de la que podemos ser conscientes adecuada o inadecuadamente.
Si toda la dicha conocida en la propia existencia dependió de las afecciones dichosas del propio cuerpo, es decir, si sólo tenemos ideas dichosas de la propia afección corporal (dicha del bienestar, placer, fortuna de los buenos encuentros), éstas desaparecen absolutamente con el cuerpo del que son ideas y nada queda de nosotros mismos.
Si hemos alcanzado en vida alguna idea de la “propia” esencia dichosa y a partir de ella, que es esencialmente común, concebimos la esencia de las cosas y los seres de la Naturaleza toda y de la Naturaleza Naturalizante como su causa, esas ideas que configuran la mente en función de la esencia misma y que en nada dependen del propio cuerpo, perseveran con y en ella y son eternas.
Ésta es la única medida de nuestra propia eternidad.
¿Qué es lo impensable en la idea de la muerte?
Todas las nociones comunes más particulares, las que me tenían a mí como protagonista, finalizan, en tanto yo mismo finalizo en el mundo de las relaciones. Mi persona, mi personalidad, mis modos de ser y obrar en el mundo y mis modos de pensar, finalizan en la existencia, la máscara se desvanece hasta desaparecer.
Esta es la parte impensable de la propia muerte, porque requiere para ser pensada de ideas que superen a las nociones comunes, requiere para poder ser pensada de ideas de la esencia o del tercer género del conocimiento.
La única manera de conocer lo desconocido, de reconocer algo en aquello ignorado, es a partir de ideas anteriores y conocidas (Principios de Filosofía de Descartes, parte 1, Axioma 1).
Para quienes piensan y existen en el primer y segundo género del conocimiento, es decir, la mayoría de las personas, la idea de la muerte es impensable, porque carecen de ideas con las cuales poder pensarla.
Las ideas afección/pasión o del primer género, no pueden pensar el fin de toda afección o padecimiento, esto sería pensar su propia aniquilación, destruir el instrumento mismo con el cual se piensa. Por eso “el ignorante…, tan pronto deja de padecer, a la vez deja también de ser.” (Ética V, última proposición, escolio).
Las ideas relación o razonamientos, del segundo género del conocimiento, tampoco pueden pensar el fin de todas las relaciones, esto implicaría dejar la mente vacía, no quedaría en ella idea alguna con la que se pueda pensar o tener alguna consciencia.
En estos géneros del conocimiento o de la existencia, la muerte es impensable porque implicaría la desaparición de todas las ideas de que dispone el pensamiento, sería la desaparición del entendimiento mismo. En este estado de cosas, la idea de la muerte es la tristeza o desdicha en grado sumo.
Es por eso que aquellas personas aferradas al puro razonamiento (segundo género), afirman que la muerte es la nada misma, y es también por eso que la mayoría de las personas están absolutamente imposibilitadas y se niegan a pensar en ella.
Para quienes alcanzaron alguna idea del tercer género del conocimiento, sabiduría, beatitud o compasión, esa idea estará allí en la mente, disponible para poder pensar este proceso, impensable desde los otros géneros del conocimiento. Como las ideas del tercer género son ideas de la esencia, ellas son esencialmente dicha que inmuniza al espíritu de toda tristeza, con ellas puede pensarse la muerte sin sentimiento alguno de desdicha.
Si no hay en la mente alguna idea de la esencia, el pensamiento de la muerte es insoportable, porque soporta e importa la nada misma, es confusión y pura angustia.
En auxilio de esta angustia como afección corporal, acude todo el poder de la imaginación y su imaginería. Esa es la función fundamental de la imaginación como pasión, calmar la angustia de la ignorancia, satisfacer con ideas imaginarias a la mente que padece por la ausencia de ideas verdaderas.
Surgen así todas las ideas de la inmortalidad, del propio cuerpo, de la propia alma (mente) y en su auxilio aparecen todas esas criaturas peculiares a las que la imaginación atribuye un ser esencial sin contrapartida o adecuación en la existencia. Ángeles, arcángeles, demonios y un Dios mismo, eminente, antropomórfico, omnipotente, que todo lo designa con su infalible voluntad (Teísmos y Deísmos).
Estos sistemas de ideas imaginarias configuran todas las religiones que imperan en el mundo y contaminan gran parte de las Filosofías. La mayoría de las personas encuentran en ellas la calma para su angustia existencial.
Son construcciones de ideas inadecuadas, en tanto pura imaginación que aquieta la angustia, pero condensan en sí mismas la intuición esperanzada y temerosa de una verdad, esa intuición de la verdad es la que calma la angustia y le da cuerpo a ese fenómeno humano que denominamos “fe”. Como todo lo fallido o falso, tienen como causa la verdad misma (Ética II, proposición XLIII, Escolio), si así no fuera, no tendrían ningún efecto.
Pero hay una enorme diferencia entre tener una temerosa esperanza de alcanzar la verdad o poseerla activamente y reposar en ella.
La esperanza es una alegría inconstante, porque tiene ese poco de tristeza que implica la duda de un acontecer dichoso. El miedo es una tristeza inconstante, nacida también de la imagen de una cosa dudosa (Ética III, proposición XVIII, Escolio).
Estos afectos no son buenos por sí mismos (Ética IV, proposición XLVII), ni son buenos por sí mismos los actos a los que nos conducen.
El desvanecimiento de la máscara, desenmascara la esencia que aparece, con o sin consciencia de sí misma.
miércoles, 14 de octubre de 2009
CONATUS, ESENCIA Y CONSCIENCIA.
CONATUS, ESENCIA Y CONSCIENCIA.
La función existencial de la esencia.
“El conatus en Spinoza no es más que el esfuerzo de perseverar en la existencia, una vez dada ésta, es la esencia del modo (grado de potencia), pero una vez que el modo ha comenzado a existir” (Gille Deleuze, “Spinoza y el problema de la expresión”, capítulo XIV, “Qué es lo que puede un cuerpo”, página 221.)
Antes de su expresión en la existencia, las esencias no tienen conatus alguno, no hay en ellas tendencia (diferencia con Leibniz), ni apetito, ni deseo, “Las esencias no carecen de nada, son todo lo que son, incluso cuando los modos correspondientes no existen.” (ibídem).
Las esencias son esencialmente dicha, no poseen ni conocen desdicha alguna, nada necesitan y a nada tienden.
Una cosa es la esencia en sí misma y otra cosa es la esencia de modo una vez que el modo existe, o sea, “la función existencial de la esencia, su afirmación en la existencia del modo.” (Ibídem).
La esencia en sí misma, es indiferenciable e indistinta de la esencia infinita de la que proviene, con ella se compone absolutamente en el atributo de la Sustancia Infinita o Naturaleza Naturalizante.
La esencia de modo, una vez que el modo existe, es diferenciable y distinta, por un gradiente de potencialidades que van de un máximo a un mínimo y que la determinan, relaciones características de potencia que le son “propias” (individuación de la esencia), con las que coinciden las infinitas partes externas, ellas mismas existentes, que la expresan en la existencia del modo, es decir, que la expresan en un cuerpo existente en acto.
La consciencia no es otra cosa que la idea de ese cuerpo, es decir, su expresión en el atributo pensamiento o entendimiento de sí, como “scientia” o conocimiento: de las afecciones del propio cuerpo o pasiones (primer género del conocimiento), de las relaciones del propio cuerpo o razonamientos (segundo género) o de la “propia” esencia dichosa, sabiduría, beatitud o compasión (tercer género).
No hay menos consciencia en las criaturas que padecen, que en aquellas que conocen y comprenden. La diferencia entre ambas consciencias está en las ideas que las componen; inadecuadas por el desconocimiento de sus causas, en las consciencias que padecen o adecuadas por el conocimiento de sus causas, en las consciencias que conocen y comprenden.
Cuando la esencia pasa a la existencia, es decir, cuando partes externas ellas mismas existentes, la componen en idénticas relaciones características, “entonces y solamente entonces, la esencia misma es determinada como conatus.”(Ibídem), como tendencia o apetito, que al hacerse consciente, llamamos deseo.
El deseo no es otra cosa que la “función existencial de la esencia”, conato, tendencia o apetito, con algún grado de consciencia de sí, consciencia pasional o padecimiento, consciencia racional o razonamiento o consciencia esencial o beatitud.
¿Qué tendencia o apetito expresa la esencia cuando pasa a la existencia?
Siendo la esencia, esencialmente dicha, eso es lo único que ella conoce y puede reconocer y que al pasar a la existencia se expresa como tendencia a la dicha, apetito de dicha o deseo.
El conatus es la expresión de la esencia al “salir” del estado de dicha original para comenzar a “existir”, es decir, a ser afectada.
Cuando la afección es dichosa, la esencia la reconoce y tiende a permanecer en ella, expresando su tendencia a perseverar en la existencia dichosa o potencia de existir, duración, realidad o perfección (Ética II, definiciones V y VI).
Cuando la afección es desdichada, la esencia no la reconoce y tiende a abandonar esa existencia desdichada. Las afecciones sólo son desdichadas en tanto impiden la expresión de la esencia dichosa, sólo en ese sentido son inadecuadas.
Cuando la afección desdichada supera la capacidad de ser afectado del cuerpo en cuestión, sobreviene la muerte, es decir, la esencia abandona la existencia, abandona absolutamente toda tendencia a perseverar en ella, todo conatus, porque aquello que la expresaba en idénticas relaciones características, ha mutado en otra cosa.
Entre la tristeza y la muerte, sólo hay una diferencia en el grado de intensidad o potencia de la afección desdichada.
Criar, como su misma etimología nos indica, no es otra cosa que sostener lo creado en la existencia, es decir, satisfacer el conato, la tendencia o el apetito de la esencia dichosa en la existencia. No es otra cosa que sostener la ecuación “esencia=existencia”, tratando de impedir toda “inad-ecuación”, o sea, toda distinción entre esencia y existencia.
La esencia pasa a la existencia cuando partes externas, ellas mismas existentes, componen idénticas relaciones características, es decir, cuando se cumple la ecuación “esencia=existencia”.
La esencia abandona la existencia cuando partes externas, ellas mismas existentes, descomponen sus relaciones características, es decir, cuando se produce la inadecuación entre esencia y existencia. La inadecuación parcial es la tristeza, la inadecuación absoluta es la muerte.
Cuando por causas externas las partes que componen nuestro propio cuerpo descomponen parcialmente sus relaciones características (de movimiento y reposo), sobreviene la tristeza, que en términos esenciales es la imposibilidad de la esencia de pasar a un mayor grado de perfección, es decir, su función existencial o conatus se debilita, debilitándose nuestra tendencia a perseverar en la existencia, potencia de existir, duración, realidad o perfección.
Cuando esas mismas partes externas que nos componen en la existencia, descomponen absolutamente sus relaciones características de movimiento y reposo, es decir, cuando mudan a otra cosa, la esencia que expresaban, interrumpe su función existencial o conatus, ya no tiene manera de expresar dicha alguna en la existencia, ni siquiera en grado mínimo como para subsistir y, sin el soporte de la dicha, la existencia se interrumpe definitivamente, sobreviniendo aquello que denominamos “muerte”.
Así como la esencia no es causa de la existencia (Ética I, proposición XXIV y Ética II, axioma I), la existencia misma no es causa de esencia alguna. Ambas se expresan mutuamente en una ecuación de relaciones características, “esencia=existencia”, de la que depende toda “ad-ecuación” o “inad-ecuación”.
sábado, 29 de agosto de 2009
LOS GÉNEROS DEL CONOCIMIENTO DE SPIONOZA
Spinoza describe tres géneros del conocimiento, el primero es el género del conocimiento de las afecciones o de las pasiones, el segundo es el de las relaciones o razonamiento y el tercero es el de las esencias o sabiduría y beatitud.
Estos tres géneros del conocimiento no son entes teóricos o entidades abstractas, separadas de la existencia misma, son cada uno de ellos modos o maneras de ser y obrar en la existencia, es decir, modos de la existencia en acto. Implican una descripción del porqué actúan los modos existentes de determinada manera y no de otra. No hay manera de existir por fuera de estos tres géneros del conocimiento o modos de la existencia.
Los géneros del conocimiento de Spinoza, son sistemas, construcciones o composiciones de ideas, como cualquier conocimiento. Ellos mismos no son otra cosa, ni tienen otras cualidades, que las de las ideas que los componen. De acuerdo a las ideas que formamos en nuestra mente, es el mundo en el que transcurre nuestra existencia.
PRIMER GÉNERO DEL CONOCIMIENTO.
Las ideas del primer género del conocimiento, expresan al cuerpo como aquello por lo que ellas son concebidas, es decir, recibidas. Expresan las afecciones del cuerpo, del que son ideas, pero nada expresan sobre las causas de esas afecciones.
Estas ideas de nuestra mente son concebidas por las afecciones del propio cuerpo, son su efecto, dichoso o desdichado, expresan dichas o desdichas del cuerpo existente en acto. Dependen absolutamente de las afecciones o pasiones corporales, son ideas pasión o ideas afección (afecttio).
Para Spinoza, estas ideas son absolutamente inadecuadas, en el sentido que nada expresan sobre la naturaleza de sus causas. La adecuación (ad-ecuación) surge de una ecuación elemental y primera, causa=efecto, a toda causa le corresponde un efecto y, viceversa, todo efecto corresponde a una causa, lo adecuado o inadecuado de una idea está en relación con aquello que expresa sobre su causa.
En las ideas del primer género, causa y efecto se encuentran adheridos, pegoteados e indiscriminados. Sólo expresan al cuerpo como efecto de una afección, pero nada conocen ni pueden expresar sobre las causas de la afección del cuerpo del que son ideas. Sólo expresan la naturaleza del ideando, pero nada expresan sobre la naturaleza de la idea, ni sobre su causa.
Estas ideas son absolutamente finitas por su causa, desaparecen instantáneamente cuando desaparece la afección corporal o el cuerpo mismo del que son ideas. Es la gacela que huye por el olor o la visión del tigre, pero cuando el tigre no está, para ella no existe.
Las ideas del primer género, ideas afección o ideas pasión, sólo se pueden padecer, son afecciones pasivas. Expresan las afecciones del propio cuerpo, del que son ideas y que es su causa, pero nada expresan sobre las causas de esas afecciones. Provocan reacciones instantáneas ante la afección corporal, pero no hay en ellas nada que permita provocarlas o evitarlas, no hay memoria, ni registro de la propia existencia, más allá de la perseverante y persistente afección corporal instantánea. Las criaturas que existen en el primer género del conocimiento, viven un eterno aquí y ahora, sin idea alguna del pasado ni futuro.
En este estado de cosas, existir es padecer y dejar de padecer es dejar de existir (E V, proposición XLII, Escolio). Estas ideas son absolutamente corporales, pura emocionalidad o afección corporal sin racionalidad alguna. Las dichas y desdichas del primer género son absolutamente corporales, puro choque de cuerpos y asar de los encuentros, la carencia de racionalidad impide todo intento de organización de los encuentros en la existencia, el primer género del conocimiento es una cárcel inexpugnable de padecimientos, dichosos o desdichados, es la cárcel de la mismidad. A este género del conocimiento corresponden todas las criaturas cuyas mentes nunca acceden a la razón.
Las ideas del segundo género del conocimiento expresan las relaciones, como aquello por lo que ellas mismas son concebidas (recibidas), es decir, como su causa. Expresan relaciones de nuestro propio cuerpo con otros cuerpos (nociones comunes más particulares), de otros cuerpos entre sí y con la naturaleza toda (nociones comunes más generales).
Estas ideas surgen cuando la mente comprende la existencia de relaciones, como causas de las afecciones de su propio cuerpo, del que es idea, con los otros cuerpos existentes que afectan al suyo. Esta comprensión de las relaciones se expresa en las nociones comunes, nociones de relación o de comunidad de la propia existencia.
El concepto de “relación”, sustituye como causa al concepto de “afección” o padecimiento. No soy aquello que padezco, hay una relación que me hace padecer.
Estas ideas del segundo género son adecuadas, en el sentido que expresan algo sobre la naturaleza de sus causas, una relación, explicada por una noción común entre la idea y su causa o entre la idea y lo ideado.
Todas las ideas del primer género expresan las afecciones del propio cuerpo, por las que son concebidas, sólo expresan la naturaleza del cuerpo afectado pero nada explican sobre la causa de su afección ni sobre la naturaleza del cuerpo externo afectante.
Son absolutamente autorreferenciales, el mundo se explica por las afecciones que me produce. Todo aquello que afecta a mi cuerpo de dicha, es “bueno” y todo aquello que afecta a mi cuerpo de desdicha, es “malo”, nada expresan estas ideas sobre las causas de mi dicha, ni de mi desdicha, menos aún sobre la dicha y la desdicha en sí mismas. Estas ideas son absolutamente finitas, como el cuerpo del que son ideas.
Todas las ideas del segundo género expresan una relación del propio cuerpo, del que son ideas, con otro u otros cuerpos externos que lo afectan. Estas ideas son concebidas por una relación, incorporan algo más, implican la afección del propio cuerpo, como las del primer género, pero implican además una relación de mi cuerpo afectado con otro u otros cuerpos que lo afectan. Esa relación es una noción común, es decir, es la idea de algo que está en mí y está en el cuerpo externo que me afecta. Es la noción de una propiedad común a nuestro cuerpo y a los cuerpos exteriores, es la primera idea de comunidad o idea de lo común.
Con estas ideas se hace patente todo un mundo externo y se desvanece la cárcel de la mismidad, de manera gradual y paulatina, desde las nociones comunes más particulares que se refieren a mi cuerpo y a otro u otros cuerpos externos, hasta las nociones comunes más generales, que no necesitan incluir a mi cuerpo para ser comprendidas y expresan las relaciones entre cuerpos externos independientemente del mío.
Estas nociones comunes van de lo propio y particular a lo general y universal. Con ellas se inicia la racionalidad, como idea de las relaciones que vinculan a las causas con los efectos.
En tanto ideas de una relación, implican y expresan de algún modo, la naturaleza del cuerpo afectado (afección) y la naturaleza del cuerpo que lo afecta (causa). Aparece con ellas por primera vez en la mente alguna referencia a la causa externa de las afecciones del propio cuerpo.
Antes de ellas, la afección del propio cuerpo y su causa externa eran una y la misma cosa, absolutamente indiscriminadas e imposibles de discriminar. A partir de ellas, la afección del propio cuerpo del que son ideas y la causa externa que la produce, aparecen explicadas por una relación que las implica.
Las ideas del segundo género o nociones comunes son las primeras ideas de las causas externas de las afecciones del propio cuerpo. Con ellas la mente, como registro de las afecciones del propio cuerpo, se abre hacia el conocimiento de las infinitas causas externas de afección. El mundo aparece para la mente como las infinitas relaciones que afectan al cuerpo en la existencia. La aparición de este infinito mundo externo en la mente, sólo es posible por la irrupción de estas ideas del segundo género o nociones comunes, que se refieren al modo finito o individuo (nociones más particulares) y al modo infinito mediato (nociones generales y universales).
Con la idea de relación o noción común, quedan claramente delineados dos términos, que son precisamente los que se relacionan; aquello que padece (el propio cuerpo) y aquello que es causa de ese padecimiento (un cuerpo externo). Aparece con ellas la posibilidad de acción más allá del propio padecimiento.
Las ideas del segundo género son en principio particulares, es decir, son nociones comunes que se refieren a mi propio cuerpo, del que son ideas, y a algún otro cuerpo externo que lo afecta. Uno de los términos de la relación siempre soy yo, son ideas de mis propias relaciones con el mundo que me es más inmediato. Estas nociones comunes son finitas como lo es el cuerpo del que son ideas y sus relaciones.
Surgen de una afección instantánea y deberán hacerse durables para transformarse en afectos, es decir, en modos de pensar de los que derivan modos de obrar. Ese pasaje de la pura instantaneidad de la afección al afecto duradero, se da por la reiteración o repetición de la afección dichosa, o sea, por su perseverancia en ella. Sin pasión dichosa reiterada no hay pasaje de la afección (afecttio) al afecto (afecttus).
Las nociones comunes o ideas del segundo género, sólo se pueden formar a partir de afecciones dichosas, verdaderas afecciones de la esencia que es esencialmente dicha y que las reconoce y se expresa en su tendencia a perseverar y permanecer en ellas (potencia de existir), permitiendo que la instantaneidad de la afección se transforme en afecto duradero y en modo de pensar y obrar.
La transformación de una afección corporal dichosa (idea de primer género) en una idea relación duradera o noción común (idea de segundo género), es lo que llamamos conocimiento. El conocimiento es afectivo (afecttus), está siempre ligado a una dicha y por ella implica el pasaje a una mayor perfección o la expresión de un mayor grado de potencia.
Las afecciones desdichadas o tristezas no afectan a la esencia (esencialmente dicha) que jamás las reconoce, ni se expresa al respecto, sólo afectan al modo existente en acto que tiende a abandonarlas porque son causa de la inexpresividad de su esencia, potencia de existir o tendencia a perseverar en la existencia. De tal modo que las tristezas nunca abandonan su estatus instantáneo de afecciones o pasiones (E IV, proposición LXIV, demostración), nunca configuran verdaderos afectos duraderos, ni verdaderos modos de pensar y obrar. Ellas son permanente y perseverantemente defectos del entendimiento que producen entendimientos defectuosos, es decir, son ideas del primer género o ideas afección/pasión, que impiden toda acción eficiente y todo conocimiento y comprensión. La ignorancia es afección (afecttio), es un defecto ligado siempre a una desdicha que implica inexpresividad de la esencia (esencialmente dicha) y de sus grados de potencia, o sea, es impotencia esencial, impotencia de existir o de ser y obrar.
Si las afecciones desdichadas o pasiones tristes afectaran realmente a la esencia, es decir, si fueran de algún modo reconocidas por ella, eso implicaría que en la esencia hay algo de desdicha o tristeza conocida y eso permitiría la configuración adecuada, es decir, desde su propia esencia o por causa de ella, de criaturas desdichadas. Esto expresa, a mi juicio, una clara contradicción, ya que nada hay en la esencia de los seres y las cosas por lo cual éstos puedan ser destruidos y la desdicha es un modo de la destrucción o descomposición. Nada hay en la esencia de una cosa por lo cual pueda no ser. La existencia no es por causa de la esencia y cuando es desdichada, nada expresa de la esencia que permanece inexpresiva e impotente, sólo la existencia dichosa expresa a la esencia (esencialmente dicha) y a todo su gradiente de potencialidades.
Todo afecto de dicha implica expresividad de la esencia y afirmación en la existencia o potencia de ser y obrar.
Toda afección desdichada o tristeza, implica inexpresividad de la esencia e impotencia de existir o de ser y obrar.
Los verdaderos afectos, modos durables de pensar y obrar, son los afectos de dicha o alegría. Las afecciones desdichadas o tristezas, sólo parecen hacerse durables y configurar “afectos”. Su aparente duración (melancolía, depresión), no les pertenece, ni les es propia, sólo expresa la inexpresividad duradera de un afecto de dicha subyacente o la inexpresividad de una esencia dichosa y eterna.
Interrumpida la afección desdichada, el afecto de dicha subyacente se expresa nuevamente y la esencia se expresa en su dicha esencial. Toda tristeza puede ser removida de la existencia, porque detrás de ella siempre hay una dicha no expresada que la soporta.
Las afecciones tristes que impiden la expresión de los afectos y de las esencias, dichosos, nada son en sí mismas, más que un defecto o una carencia y no pueden por sí mismas expresar esencia alguna, ni configurar modo alguno de pensar y obrar, son pura impotencia, inefectividad e inexpresividad.
LA PARADOJA DE LA RAZÓN
El problema inherente al segundo género del conocimiento, por el cual, siendo adecuado, no es él mismo sabiduría ni beatitud, consiste en que es incapaz de evitar las ideas del primer género o ideas afección/pasión.
En este estado de cosas, coexisten las ideas del primer y del segundo género en una misma mente, esto permite que sometamos la razón (segundo género) a las pasiones (primer género).
En el segundo género del conocimiento, la razón dota a las pasiones de enorme efectividad, del mismo modo que la verdad dota a la falsedad de enorme verosimilitud.
Esto hace del segundo género del conocimiento, un modo de la existencia indispensable pero sumamente peligroso. Es necesario para acceder a la razón y a los modos eficientes de ser y obrar y de organizar los encuentros, pero no impide en sí mismo, la perseverancia y expresión de las ideas del primer género, ideas afección o pasiones, que cuentan en él con la enorme eficacia de los razonamientos o ideas adecuadas.
Las primeras ideas del segundo género a las que accede nuestra mente son las nociones comunes más particulares o menos generales, las que me tienen a mí como protagonista de la relación que es idea en mi mente y a algún otro u otros cuerpos externos que se relacionan conmigo. Son autorreferenciales, las más fáciles de formar y las más necesarias para la concreta subsistencia. Las dichas que producen las nociones comunes más particulares me tienen a mí como principal beneficiario y alcanzan a algún otro, siempre y cuando ese otro esté implicado en mi propia dicha.
Las nociones comunes inician el camino de la razón y los razonamientos, que es la capacidad de organizar los encuentros de la existencia en forma dichosa y en propio beneficio. Con ellas se pone en práctica una ética del auto interés. La irrupción de las nociones comunes, dota a las pasiones, que aquí no nos abandonan, con la enorme efectividad de los razonamientos.
Las ideas de segundo género, en tanto adecuadas y razonables, son fuente de afecciones dichosas y de buenos encuentros, pero no implican ellas mismas, ningún conocimiento de la dicha en sí, es decir, de la esencia dichosa, ni propia, ni ajena.
Implican en sí mismas una contradicción. Son fuente de afecciones dichosas de nuestro propio cuerpo en la existencia, pero no implican ellas mismas ningún conocimiento de la dicha en sí misma o esencia dichosa. Al no ser estas nociones comunes ninguna idea de la dicha en sí, nos afectan de dicha manteniéndonos ignorantes de la dicha misma. Paradójicamente la razón nos hace dichosos manteniéndonos ignorantes de la dicha en sí. Es por eso que las nociones comunes más particulares nunca nos satisfacen y pueden conducirnos al exceso. Implican ellas mismas placer, pero no implican dicha o júbilo (E IV, proposiciones XLII y XLIII, demostración). Esta es una característica del segundo género del conocimiento, que siendo adecuado, hace posible todas las desdichas que le son propias por la alianza de las pasiones con los razonamientos.
Implican la dicha de la existencia, de las partes que nos componen en la existencia, es decir, placer, pero no implican la dicha de la esencia o júbilo. Es en este sentido que las nociones comunes más particulares son absolutamente finitas, como finita es la dicha de la propia existencia.
El segundo género del conocimiento o género de las relaciones, es una estación inevitable en el progreso del entendimiento, pero, como la construcción del propio “yo”, puede atraparnos en un estanque en donde se detiene todo curso o devenir de la propia dicha y sabiduría.
Es territorio de sofismas, de inusitadas habilidades y artificios, que sostienen lo falso con enorme efectividad. Es reino de sofistas, criaturas de la cautela y del engaño, amos de toda la sofisticación.
Corresponde al “Reino de los Dioses” del Budismo Tibetano, lugar de la propiedad, del poder y de todos los privilegios, que ocultan con razonable eficiencia la impotencia y la herejía de todos los sectarismos y partidismos.
Las afecciones dichosas del segundo género surgen de la utilidad de la razón, son conocimiento de las relaciones en función de nuestra propia utilidad (ética del auto interés), sin ningún conocimiento de las esencias, esencialmente dichas comunes. Esto permite que el segundo género del conocimiento sea causa de desdichas.
Es muy fácil y por eso mismo muy habitual, detenernos y estancarnos en la formación de las nociones comunes más particulares, sin avanzar a las más generales o universales, porque ellas solas parecen hacernos dichosos.
“La poca ciencia, aleja de Dios…”
Los “Siete Pecados Capitales” del Cristianismo, son modos de la existencia regidos por las nociones comunes más particulares aliadas a las pasiones del primer género. El Dios de este género del conocimiento o modo de la existencia es, necesariamente, un Dios que condena los excesos. Tarea vana, porque los excesos son producidos por las mismas ideas que producen ese Dios. En este estado de cosas, ese mismo Dios será fuente de excesos, al ser producto del modo de la existencia que los produce.
Son las nociones comunes más generales o universales las que pueden rescatarnos de la trampa del placer y el auto interés, hacia la sabiduría, dicha esencial, beatitud o compasión. Estas ideas corresponden a la universalidad del entendimiento, que no está ligada a la finitud de mi propio cuerpo, pudiendo alcanzar la infinitud misma del modo infinito mediato al que se refieren y expresan. Si bien no son ideas de la esencia en sí (esencialmente dicha y eternidad), prefiguran y configuran las primeras ideas de alguna eternidad.
“…, mucha ciencia, acerca a Dios.”
Las nociones comunes más generales configuran el conocimiento universal que trata de explicar desde lo más pequeño a lo inconmensurable y que no se contenta con aquellas ideas que lo hacen dichoso, perseverando más allá de la finitud de las criaturas que lo producen, en la búsqueda de la idea de la dicha en sí, sabiduría, beatitud o compasión*.
*Spinoza no pronuncia nunca esta palabra, pero ella está implícita en todo su texto, como lo veremos en otra presentación titulada “La compasión en Spinoza”.
Estas ideas o nociones comunes universales, son infinitas por innumerables, como el modo infinito mediato al que se refieren y expresan, y son una primera manera de abordar las ideas en el modo eternidad. Las nociones comunes más generales o universales son las primeras ideas que expresan una “especie” o una “mirada” de la eternidad, ligada a la noción común (E V, proposición XXIX, demostración y Gilles Deleuze, “Spinoza y el problema de la expresión”, “Beatitud”, página 301).
La infinitud de las nociones comunes más universales, génesis del conocimiento universal, es causa de la imposibilidad de ser abarcadas por una sola mente. Nadie puede conocerlo todo.
Son las nociones comunes más generales o universales, las más difíciles de formar y las que nos acercan a las ideas del modo infinito mediato, es decir, a alguna idea del aspecto del universo todo, con respecto al atributo extensión y a alguna idea del entendimiento infinito y de la infinita satisfacción inmutable o dicha que de él emana, como expresión del atributo pensamiento.
Son ideas de las relaciones de los cuerpos más allá del propio, ideas de la composición de los cuerpos en sí mismos y entre sí, ideas de la composición de los cuerpos en la naturaleza toda e ideas de la composición de la naturaleza como un cuerpo único en sí misma y como expresión de una Naturaleza Naturalizante que es su causa.
Son ideas de la relación de las ideas o composición del pensamiento en la mente, ideas del propio conocimiento y del conocimiento en sí. Son ideas que expresan un entendimiento de sí y un entendimiento de todas las cosas y criaturas que son y obran en la naturaleza, ideas del entendimiento de la naturaleza toda en su conjunto y de la Naturaleza Naturalizante como causa (Dios del segundo género).
A través de estas ideas adecuadas o nociones comunes universales que expresan el entendimiento de sí y el entendimiento de todo aquello que es y obra en la naturaleza, nos aproximamos al conocimiento de la infinita satisfacción inmutable o dicha por la cual somos y obramos, todas las cosas son y obran y Dios mismo es y obra.
De este conocimiento al de las esencias, hay muy poco trecho.
Las nociones comunes más particulares o menos generales, si bien son adecuadas en tanto implican la idea de una relación que connota la idea de una causa, son ellas mismas muy parecidas a las ideas del primer género o ideas afección/pasión, son siempre autorreferenciales, buscan la afección dichosa sin reparar en desdichas, ni propias ni ajenas, que para ellas no existen y son absolutamente finitas, como finita es la afección dichosa que nos producen. Estas nociones comunes particulares nos conducen ellas mismas a afectarnos de desdichas o tristezas.
Aún las nociones comunes más universales, que expresan la composición y descomposición de nuestro propio cuerpo, de todos los cuerpos de la naturaleza y de la naturaleza toda en sí misma, pueden ellas mismas afectarnos de desdicha y tristeza, en tanto todas las nociones comunes son ideas de una relación, pero ninguna de ellas es idea de la esencia (esencialmente dicha).
Cuanto más progresamos en la formación de las nociones comunes universales, más se fortalece en nosotros la intuición de un deseo, de un amor y de una dicha. Un deseo de conocer cada vez más en la medida que conocemos y comprendemos adecuadamente, un amor por el conocimiento y por la comprensión en sí mismos y una dicha que se intuye de algún modo definitiva, absoluta y eterna. Se comienza a esbozar así el conocimiento intuitivo o del tercer género.
SABIDURÍA O BEATITUD
Las ideas del tercer género son ideas de la esencia en sí, es decir, son ideas de la dicha misma. Surgen de la propia esencia dichosa y expresan la dicha de todo aquello que es y obra.
Ya no comprendemos solamente la composición de nuestro propio cuerpo, la de todos los cuerpos existentes en la naturaleza y la de la naturaleza toda en su conjunto, ni comprendemos solamente las relaciones de los cuerpos con nosotros mismos y entre sí, sino que comprendemos la satisfacción inmutable o dicha que emana del entendimiento de cada uno de ellos, por el cual son y obran en la existencia.
Estas ideas ya no son infinitas, como las nociones comunes universales, son eternas por su causa, la propia esencia dichosa y son solamente tres; la idea de la propia esencia o idea del “yo”, la idea de la esencia de las cosas de la naturaleza toda y la idea de Dios o de la esencia de la Naturaleza Naturalizante.
Como todas las esencias convienen entre sí, son esencialmente dicha y una misma esencia en el atributo al que pertenecen, estas tres ideas son en realidad una sola, idea de la dicha, que se despliega y tiende, desde la propia existencia hacia todo lo que existe, es y obra en la naturaleza toda y hacia la Naturaleza Naturalizante o Dios, como su causa.
En este estado de cosas, las desdichas o tristezas, propias o ajenas, producen un cierto asombro y extrañeza. No porque no se las comprenda, absoluta y adecuadamente, sino porque comprendiéndose las dichas esenciales resulta asombroso ver acontecer las desdichas. Así como para quien conoce la verdad, lo falso resulta increíble.
A la idea que surge de la propia esencia, esencialmente dicha, le resulta extraña o extranjera la desdicha o tristeza, ya sea propia o ajena, por causa de su propio origen.
Hemos alcanzado el tercer género del conocimiento de Spinoza, la Sabiduría o Beatitud, que no es distinto de la Iluminación del Budismo Tibetano, ni del Estado de Gracia del Cristianismo y que creo se expresa más acabadamente con dos palabras, “Sabiduría” y “Compasión”.
Estas tres ideas del tercer género, ya no son conocimientos, infinitos por naturaleza e inabarcables, mucho menos aún son afecciones o pasiones, que no implican conocimiento alguno, son sabiduría intuitiva que surge de la máxima expresión de la propia esencia, esencialmente dicha, que derrama y comulga con la dicha esencial de todo lo que es y obra, hasta alcanzar la dicha infinita, eterna y original, que es su causa.
Si somos estrictos, aunque parezca arribarse a este género del conocimiento, se trata de un regreso a la dicha esencial y original, es un descubrimiento o desvelamiento de aquello que es innato y por eso mismo, absolutamente ignorado, cubierto y velado, por la existencia misma.
El tercer género de Spinoza es el triunfo del conocimiento sobre la ignorancia, de lo innato sobre lo adquirido, de lo esencial sobre lo existencial, como producto de un tránsito que es una verdadera prueba de resistencia de materiales, los materiales de nuestro propio cuerpo y “nadie sabe de lo que es capaz un cuerpo”. Sus capacidades son excelsas, “pero todo lo excelso es tan difícil como raro”. Así se despedía Spinoza en la última frase del quinto libro de La Ética.
Hay en las esencias comunión, todas convienen entre sí y ninguna puede destruir a otra, igual cualidad tienen las ideas esencia del tercer género. Llegar a conocer una implica conocerlas todas y la primera idea de la esencia en el modo eternidad, es la idea del “yo”. Como sucedió con las nociones comunes más particulares, éstas se inician a partir de mí, pero a diferencia de aquellas, no implican relaciones, ni se suman unas a otras configurando un infinito más o menos grande, que puede siempre ser mayor por su propia infinitud (modo infinito mediato).
Las ideas de la esencia, no son ideas de afecciones, ni de relaciones, ni de cantidades, son ideas de intensidades de una misma cualidad, es decir, son ideas de una sola y misma cosa, y se diferencian unas de otras, por grados de intensidad o grados de potencia. La idea del “yo”, es menos intensa que la idea de la esencia de las cosas de la naturaleza toda, que es menos intensa que la idea de la esencia de la Naturaleza Naturalizante o Dios, pero las tres ideas son esencialmente la misma.
Si hay entre ellas alguna diferencia, sólo se refiere e implica, diferencias de intensidad o de potencia, cualidad intensiva de la esencia en la que radica la particularidad o individuación de las esencias de modo.
Son en sí mismas un absoluto que sólo puede diferenciarse por matices de intensidad de una misma cosa, satisfacción inmutable o dicha. Como el ejemplo del “muro absolutamente blanco” que utilizara Gille Deleuze, esta idea del tercer género o idea de la esencia, implica en sí misma una infinidad de matices, matices del mismo blanco, que no pueden ser separados, ni abstraídos, ni divididos. Esta idea es indivisible por su propia causa, aunque comporta en sí misma infinitos matices de intensidad o de potencia.
Su indivisibilidad, su absoluto y su eternidad, nos conducen directamente a la idea de Dios o del “Ente absolutamente infinito que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita.” (E I, definición VI).
Cualquier conocimiento, como idea adecuada del segundo género, puede conducirnos hacia el conocimiento de la esencia o idea del tercer género. Todos los conocimientos o ideas del segundo género en su conjunto e infinitud, no son ellos mismos, ninguna idea de la esencia, por eso la erudición no es sabiduría, ni el conocimiento es comprensión.
Las ideas del tercer género expresan la esencia del ideando, su idea del “yo” o su entendimiento de sí, del que emana la infinita satisfacción inmutable o dicha de su ser y de su obrar, que comulga con la esencia, satisfacción inmutable o dicha de todo lo que es y obra en la naturaleza toda y nos conduce a la infinita satisfacción inmutable o dicha de la Naturaleza Naturalizante como su causa.
Todas las esencias convienen entre sí porque son esencialmente la misma cosa, infinita satisfacción inmutable o dicha de ser y obrar, esa es la comunión de las esencias. Se diferencian unas de otras como esencias de modos, de éste o de aquel modo existente en acto, sólo por una cualidad intensiva, grado de intensidad o de potencia, sólo en esto consiste la individualidad o particularidad de las esencias.
Siendo todas esencialmente dicha, sus modos existentes no pueden las mismas cosas. Los modos de ser y obrar en la existencia implican un gradiente de potencialidades, potencias de dicha o de satisfacción inmutable, potencias de perseverar en la existencia, ser y obrar, que es partículas para cada modo existente, tanto en su género o naturaleza como en su individualidad o particularidad.
La infinita diversidad de las criaturas que pueblan el mundo o la vida, expresa y explica ella misma, una única e infinita esencia dichosa, que implica para cada modo existente, un gradiente de potencialidades o gradiente de intensidades.
A mayor complejidad, mayor potencialidad dichosa, mayor capacidad de obrar y comprender, mayor sabiduría y mayor compasión. Es por eso que los seres más compuestos y complejos, pueden conocer, comprender, domesticar y criar a los seres más simples y no a la inversa.
Comprender por la esencia es comprender por la dicha, por la propia satisfacción inmutable, que no es esencialmente diferente de toda satisfacción inmutable o dicha existente.
Conocemos por nociones comunes o ideas de relación (segundo género) y comprendemos por comunión esencial o dichosa (tercer género), por eso conocer no implica comprender. Conocer implica la dicha de la utilidad de la razón, comprender es ser dichoso, es compartir la dicha propia y ajena, aún en la desdicha.
Nuestros mayores desafíos en la existencia, se nos presentan frente a aquellas cosas o hechos que llegamos a conocer pero que no podemos comprender. Ellos implican un defecto de nuestro entendimiento que explica una inexpresividad esencial, es decir, una imposibilidad de dicha.
Las dichas del tercer género son sus ideas mismas, en sí mismas virtud. En él nuestra esencia se expresa en su mayor grado de potencia y ya no es posible pasar a una mayor perfección, porque nos encontramos en la dicha misma de la virtud.
Estas ideas son eternas por su causa (la esencia), conocen y comprenden todo lo que es y obra en la existencia por su esencia misma, con la que comulgan y comparten su “propia” esencialidad dichosa.
Las ideas del tercer género del conocimiento o ideas de la esencia, inmunizan al espíritu de desdichas y tristezas, que no pueden padecerse en este modo de la existencia, ésta es la diferencia radical entre el segundo y el tercer género del conocimiento.
Así como la verdad es causa de sí misma y de todo lo falso (Ética II, proposición XLIII, Escolio), la idea del tercer género, idea de la dicha misma, es causa de sí y de todas las desdichas. Al ser causa de sí, es eterna y al ser conocimiento de la dicha como causa esencial de todas las desdichas, éstas no pueden padecerse (Ética V, proposición III y proposición XVIII, Escolio), tal como las falsedades no pueden engañar a quien conoce la verdad.
Las ideas del tercer género configuran aquello que Spinoza denomina “amor intelectual” y “nada se da en la Naturaleza que sea contrario a este amor o que pueda quitarlo.” (E V, proposición XXXVII, demostración.).
Las ideas del tercer género expresan al espíritu como aquello por lo cual son concebidas (recibidas), son la espiración o emanación de la “propia” esencia dichosa, que conviene y se compone con todo otro espíritu o esencia dichosa.
EL MIEDO A LA MUERTE.
El regreso a la dicha esencial, innata y original, crea la clara constancia de la propia existencia como tránsito o devenir. Concebimos (recibimos) a la dicha como origen y como oriente, y a la existencia misma como su expresión transitoria o duradera.
No es transitoria la dicha por virtud de la existencia duradera, es transitoria y duradera la existencia por la absoluta y eterna virtud de la dicha esencial.
En este estado de cosas, no se teme a la muerte, que no es otra cosa que la interrupción de la duración del tránsito existencial, cuya esencia eterna persevera en la dicha esencial de la que provenimos.
Todo aquello que comprendimos de este tercer modo del conocimiento en el tránsito existencial, persevera en la eternidad de nuestra esencia. La esencia se nutre de todas las intensidades que comprende, crece y se desarrolla en su esencialidad dichosa. Comprender, para la esencia, es aumentar sus grados de intensidad o potencia.
Aquello que la esencia comprende siempre se refiere a “otras” esencias de modo (otras criaturas), que la comprenden y componen en una mayor intensidad que persevera en ella misma eternamente. Las esencias que comprendemos se funden con la nuestra y en ella perseveran eternamente. Nada muere para la esencia, que se nutre y conserva en sí misma toda esencialidad.
Nacer es el pasaje de la esencia a la existencia, morir es el pasaje de la esencia de la existencia a la esencia en sí misma, un regreso al origen. Si nada hemos comprendido de este tercer modo en el tránsito existencial, nada queda para nuestra propia eternidad y la muerte es absoluta finitud, nuestra esencia está “vacía”, inefectiva, no efectuada. Nuestra esencia es esencialmente dicha, que se nutre y desarrolla con todas las esencias que comprendemos en la existencia y que en ella perseveran y permanecen para toda la eternidad (comunión esencial).
Sólo las ideas del tercer género son eternas y ellas configuran toda nuestra potencial eternidad.
Las nociones comunes universales o ideas del segundo género, son infinitas y como tales perseveran en la existencia como conocimiento universal, a disposición de las infinitas criaturas que existen y existirán, más allá de nosotros mismos y que como el universo todo al que expresan y se refieren, crean y recrean mundo.
ETERNIDAD, INFINITUD, DURACIÓN E INSTANTÁNEIDAD.
Las ideas del tercer género expresan a la esencia como infinita satisfacción inmutable o dicha emanada del entendimiento infinito del cual la esencia misma es expresión, expresan Dios en ellas mismas. En tanto expresan Dios, estas ideas son eternas.
Como infinitas son las nociones comunes universales (conocimientos), que expresan al modo infinito mediato al que se refieren. Como duraderos y finitos son los afectos que expresan los grados de potencia de la esencia dichosa en la existencia. Como instantáneas son las afecciones o ideas de primer género que expresan las pasiones, dichosas o desdichadas, de la existencia.
En el tercer género del conocimiento no hay nada más por conocer, porque sus ideas implican absolutamente aquello que buscamos en cada conocimiento, la dicha esencial.
El espíritu es el reposo en la esencia misma, que es inmune por su causa (esencialmente dicha) a todas las desdichas o tristezas, sobre las que tiende una “especie” o “mirada” de eternidad, en la que cabe toda la sabiduría, beatitud o compasión de quien comprende desde su esencia dichosa toda esencia existente, expresada y dichosa o inexpresiva y desdichada.
Sólo quien conoce las ideas del tercer género del conocimiento puede, fácilmente, abandonar todas las demás y reposar en la dicha de su espíritu con la plácida lucidez del conocimiento intuitivo.
Estas ideas son tan claras y distintas respecto de aquello que hay que ser y obrar, que no requieren proceso mental alguno, ni conocimientos previos, para conducirnos a ser y obrar adecuadamente. Su meridiana claridad y distinción se imponen sin proceso mental alguno y la idea misma es acción eficiente. Muchas veces, ni siquiera son ideas razonables, porque la razón implica un proceso mental de relaciones (ideas del segundo género). Tampoco son impulso o instinto, como la pura corporalidad e instantaneidad de las ideas afección/pasión (primer género). Se trata de la sabia, beata y compasiva eficacia del autómata espiritual.
Aquel que alcanza el espíritu, sólo reposa en él, nada necesita, nada pretende, “ya es dueño de todas las maravillas que se supone le acontecen” (Ética V, proposición XXXIII, Escolio.).-V
lunes, 27 de julio de 2009
ESENCIA Y DICHA
Siendo la esencia absolutamente dichosa, no puede provenir de ella desdicha alguna, la expresión de la esencia es siempre dicha. Toda desdicha o tristeza es el efecto (defecto) de la inexpresividad de la esencia, la desdicha es esencia in-efectuada e inexpresiva.
La dicha es un principio esencial, una condición sine qua non del origen y de la perseverancia. No marchamos hacia la dicha, marchamos en la dicha, interrumpida la dicha se interrumpe la marcha. No somos dichosos por alcanzar la virtud, alcanzamos la virtud porque somos dichosos.
Si bien la dicha o Infinita Satisfacción Inmutable implica en sí misma el origen y la perseverancia de todas las criaturas y de la Naturaleza toda en su conjunto, no es ella misma ninguna criatura, ni ninguna naturaleza en particular, así como las esencias que implican el ser de las cosas no son ellas mismas cosa alguna. Esencia y dicha son una y la misma cosa, por la cual es y obra todo lo que existe.
No hay en la Naturaleza toda ninguna finalidad dichosa, no configura ella ningún plan ideal hacia la dicha. Simplemente acontece por la dicha de su ser que es su obrar y que no le pertenece más a ella misma que a cada uno de los infinitos individuos que la componen. Como la dicha o satisfacción inmutable es esencial, cada criatura persevera en ella por la sola virtud de su conato, tendencia o apetito, que al hacerse consiente llamamos deseo. Aquello que llamamos desdicha o tristeza, no es otra cosa que inexpresividad de la esencia.
La esencia es esencialmente dicha y sus grados de potencia son grados de satisfacción inmutable, dicha o alegría. Así como la esencia depende de partes o cuerpos externos, ellos mismos existentes, para expresar su dicha en la existencia, es decir, para nacer en un cuerpo y una mente, los grados de potencia de la esencia requieren de causas externas, ellas mismas existentes, para expresar su dicha, grado a grado, en función de una cada vez mayor perfección, duración, realidad o tendencia a perseverar en la existencia, o sea, un mayor crecimiento y desarrollo dichosos.
Cuantas más cosas puede obrar un cuerpo, menos padece en la existencia(2). Nacemos en un estado de absoluta imperfección, porque nuestra esencia no es causa de nuestra existencia. Nuestra esencia dichosa se expresa en una existencia que casi nada puede obrar por sí sola, es decir, que casi todo lo padece y necesita que otro cuerpo, con otra mente, obre por ella durante mucho tiempo, permitiéndole mudar hacia una mayor perfección. Nuestra esencia ya posee todos sus grados de potencialidad dichosa, pero necesita ser efectuada externamente en la existencia, depende más que nunca de encuentros dichosos que la pongan en estado de ser y obrar, es decir, necesita vitalmente afectos de dicha que satisfagan su dicha innata, así como la satisfizo la gestación y antes de eso, la dicha de Dios en el atributo al que pertenece.
Cuando los grados de potencia de la esencia, siempre dichosos, no son efectuados externamente por la existencia misma con afectos de dicha, se demora y se detiene el crecimiento y desarrollo de nuestro cuerpo y de nuestra mente, que no son otra cosa que la expresión de nuestra esencia dichosa en la existencia. La esencia es esencialmente dicha y es absolutamente expresiva, al no poder, siempre por causas externas, expresar su dicha, experimentamos por defecto aquello que llamamos desdicha o tristeza.
Sólo es desdichado quien carece de las causas externas que expresen y expriman su esencia dichosa, nada hay en su esencia por lo que pueda padecer desdichas(3).
La esencia es absolutamente expresiva y de ella emana la dicha de su propia composición y la satisfacción inmutable de su entendimiento. La desdicha, tristeza o sufrimiento, es el modo de su inexpresividad, es el defecto de su inadecuación o desigualdad con la existencia. La inadecuación entre los grados de potencia de la esencia y las causas externas de existencia, es la génesis del error y la desdicha.
La satisfacción inmutable expresa la dicha de la propia composición, es dicha corporal, crecimiento, desarrollo, aptitud y potencia corporales, y expresa la dicha de un entendimiento de sí, idea de la dicha del propio cuerpo que derrama sobre sí mismo, sobre todos los seres y las cosas de la Naturaleza toda y sobre la Naturaleza Naturalizante como su causa, en forma de conocimiento. Conocer es ser dichoso. No somos dichosos porque conocemos, conocemos porque somos dichosos, por la dicha que excede nuestra necesidad.
Nuestro cuerpo es la reunión de partes externas y complejas, ellas mismas existentes, que configuran nuestro modo extenso y complejo en la existencia. Esas partes que nos componen en la extensión se relacionan entre sí configurando nuestro propio cuerpo, que es afectado por otros cuerpos existentes más o menos potentes, a los que a su vez afecta. Ese cuerpo, en tanto materia, posee un entendimiento de sí, que no es otra cosa que una relación determinada y característica de movimiento y reposo de las partes que lo componen (soma), partes complejas que se relacionan entre sí y partes simples en ellas implicadas en conjuntos infinitos, relacionados de modo cierto y determinado (esencia de la extensión). Del entendimiento de sí emana la infinita satisfacción inmutable o dicha de la propia composición, por la cual somos y obramos, que en su abundancia derrama en forma de conocimiento sobre todo aquello que es y obra en la Naturaleza toda y sobre la Naturaleza Naturalizante como su causa primera.
Todo el mundo o toda la vida que para cada criatura existe, es percibida (recibida) a través de su cuerpo. El mundo o la vida no son otra cosa que la sucesión y el cúmulo de afecciones de un cuerpo en la existencia(4). Para cada criatura no hay otro mundo que el que su cuerpo percibe en la existencia y recibe de ella.
Aquello que llamamos “mente”, a lo que corresponde toda forma del pensamiento, no es otra cosa que un cúmulo de ideas sobre las afecciones de nuestro propio cuerpo. Las ideas son las afecciones del propio cuerpo expresadas en un atributo diferente, el pensamiento o entendimiento de sí. A las alegrías o tristezas del cuerpo le acompañan, indefectiblemente, alegrías y tristezas de la mente, en un paralelismo absoluto.
El cuerpo, en tanto materia, tiene su propio entendimiento, que es diferente en cada una de las partes complejas que lo componen. La mente, es el entendimiento de la composición en su totalidad, del cuerpo todo como unidad funcional y de su relación con muchos otros cuerpos existentes y aún con sí misma.
Así como la Naturaleza Naturalizada toda es el conjunto infinito de seres y cosas que la componen, cada uno de los cuales posee su propio entendimiento de sí, la Naturaleza Naturalizante es el entendimiento de ese todo, es decir, la “mente” de ese todo al que llamamos vida, mundo, universo o existencia, que configura aquello a lo que llamamos Dios o Sustancia Infinita.
Entendimiento y mente, expresan grados de potencia de una misma esencia, la del pensamiento. Todo aquello que es extenso, es decir, que es real, que dura y que logra algún grado de perfección, posee un entendimiento de sí, por virtud del cual persevera en su ser y obrar. Las cosas como porciones de materia, poseen un entendimiento de sí por el cual perseveran en su ser.
El entendimiento de sí de la materia persevera hasta su mínima expresión, la molécula(5), más allá de la cual, las partes simples que la componen regresan a la infinidad y eternidad de su propia simplicidad, pura extensión, movimiento y reposo infinitos, composición al infinito e infinita satisfacción inmutable o eternidad. La molécula deshecha, pierde las relaciones características que hacían de ella aquello que era, duraba y existía, y sus componentes regresan a la indeterminación de la simplicidad eterna, movimiento y reposo infinitos. La molécula ya no efectúa esencia alguna y se deshace en la in-esencialidad y eternidad de sus partes simples, mientras la esencia que efectuaba, ahora inefectiva, regresa al atributo al que pertenece en el entendimiento infinito de la Naturaleza Naturalizante.
Habrá quien diga que la esencia se deshace tal cual se deshacen las partes externas que efectuaban su relación característica, es decir, habrá quien sostenga que no hay esencias eternas. Entonces, ¿cómo se explica que al destruirse una molécula de carbón y con ella la esencia que efectuaba, no se destruyan ipso facto, todas las moléculas de carbón existentes?(6)
Habrá también quien diga, que no hay esencia alguna, que la molécula de carbón es por la simple agregación de las partes que la componen según leyes físicas universales y sin necesidad de ninguna esencia. Entonces, ¿dónde ubicar esas “leyes físicas universales”, si no es en alguna esencia de esa cosa llamada carbón?
Quien ni siquiera conciba esas “leyes físicas universales”, estará postulando una teoría del infinito azar o caos universal, por virtud de la cual esa cosa llamada carbón llega a ser, aleatoria y azarosamente, aquello que es, y deberá demostrarlo. Si así lo hiciera y concibiera una ley que justifique el caos, paradójicamente estaría demostrando su inexistencia.
La descomposición de una existencia en nada afecta a la esencia que efectuaba, las esencias son eternas y comunes, condición sine qua non para la existencia de infinitas criaturas de igual naturaleza. No hay esencias singulares, la singularidad es un fenómeno de la existencia, no obstante, el problema de la singularidad, individuación o propiedad de las esencias de modo, es muy complejo y suscita discusiones, por lo que lo dejaremos para tratarlo en otro lado.
La esencia posee ella misma, en el modo de la eternidad, todas las maravillas que en sus infinitos modos existentes se expresan, así como su inexpresividad o inadecuación en la existencia, es la causa de todas los errores y desdichas que sus modos existentes también expresan.
La desdicha, sufrimiento o tristeza es la imposibilidad de expresión de la esencia dichosa y responde, a causas externas ellas mismas existentes, que la mantienen inexpresiva e inadecuada. Esas causas externas son los malos encuentros y las pasiones tristes.
La esencia no se expresa por causa suya, no es causa de sí, ni de su existencia, es expresada (exprimida) y “sale” de su mismidad dichosa y eterna por virtud de causas externas, ellas mismas existentes, que la afectan dichosamente, es decir, un buen encuentro o una pasión alegre. Las verdaderas afecciones de la esencia, aquellas que la expresan en sus grados de potencia, que la adecúan e igualan a la existencia, son las afecciones dichosas y los buenos encuentros. En tanto ella misma es dicha plena de ser y obrar, no puede ser expresada ni exprimida por pasiones tristes, que para ella, no existen. El efecto de las pasiones tristes, aquello que llamamos tristeza o impotencia y que son propias de la existencia, es precisamente la inexpresividad de la esencia, la imposibilidad de avanzar en la expresión de los grados de potencia dichosos de la esencia.
Se es esencialmente dichoso y toda desdicha o tristeza es de naturaleza existencial. En rigor de verdad, sólo existen los afectos de dicha, las pasiones dichosas. Los “afectos” de desdicha o tristeza, las pasiones tristes, son en realidad defectos, inexpresividad, inadecuación o desigualdad de la esencia dichosa en la existencia.
Toda pasión dichosa o alegría, expresa o exprime de la esencia un mayor grado de potencia, es decir, una mayor realidad, perfección o capacidad de perseverar en la existencia. Toda pasión desdichada o tristeza, no expresa ni exprime de la esencia ningún grado de potencia, es decir, es impotencia expresiva o inexpresividad esencial, inadecuación o desigualdad con la existencia.
La esencia es afectada y expresada por todo aquello que tiene en común con la existencia, ya que esencia y existencia sólo tienen en común idénticas relaciones características, y siendo ella misma esencialmente dicha, sólo es afectada y expresada por relaciones dichosas, las afecciones dichosas y las pasiones alegres de la existencia. La desdicha o tristeza es la exacta medida de la inexpresividad de la esencia y de su inequidad con la existencia.
Así como la verdad es causa de sí y de todo lo falso(7)), la dicha es causa de sí y de todas las desdichas. Error y desdicha, son una y la misma cosa, en tanto expresan la inadecuación o desigualdad entre una esencia y su expresión en la existencia. El error es desdicha y la desdicha es error, es decir, erramos por desconocimiento o ignorancia, que no es otra cosa que carencia de dicha que nos permita conocer y comprender, y el error que la ignorancia nos produce es fuente de desdicha en la existencia.
La esencia pasa a la existencia por la composición de partes o cuerpos externos, ellos mismos existentes, que expresan sus mismas relaciones características. Pasar a la existencia es un hecho de absoluta adecuación y equidad entre esencia y existencia. Nacer es un hecho dichoso, en tanto implica la absoluta adecuación o igualdad entre la esencia dichosa y la existencia que la expresa.
La ecuación “esencia=existencia” es la verdad y la dicha plena, todo error y toda desdicha o sufrimiento surgen de su inadecuación, desigualdad o inequidad.
(1)Ética V, proposición XXXII,"con todo lo que entendemos mediante el tercer género del conocimiento nos deleitamos..."
(2)Ética IV, proposición XXXVIII, demostración,E V, proposición XXXIX y XL, demostración.
(3)Ética II, proposición IV y demostración.
(4)Ética II, proposición XXVI y demostración.
(5)Porción mínima de materia que conserva las propiedades del todo.
(6)Ética I, proposición XVII, final del Escolio.
(7)Ética II,proposición XLIII,Escolio.
martes, 14 de julio de 2009
ESENCIA Y EXISTENCIA
La infinita variabilidad de las personas en la existencia, todo aquello por lo cual podemos decir que los unos somos diferentes de los otros, no es otra cosa que la expresión de los infinitos grados de potencia de nuestra esencia común.
Así como todos los seres humanos que existen y han existido, expresan la infinita diversidad de los grados de potencia de su esencia común, en cada ser humano se conservan y perseveran los infinitos grados de potencia de esa misma esencia común. Esencialmente, todos somos lo mismo, existencialmente, todos somos diferentes.
El infinito por innumerable que da origen a los modos finitos, está implicado en cada uno de ellos y eso explica la infinita diversidad de los modos finitos o individuos en la existencia. Un ser humano es todos los seres humanos, así como un gato es todos los gatos, no hay diferencia en sus esencias, éstas sólo implican el rango de potencialidades que sus existencias explican.
Conocer a los seres y las cosas por su esencia, es conocer el rango absoluto de potencialidades que los componen, siempre infinitamente mayor que aquel que efectúan en acto, es decir, que explican a lo largo de sus existencias. Es conocimiento de lo común, más allá de los avatares de la existencia individual. La individualidad no es más que un accidente de la existencia, que determina por causas siempre externas la expresión de algunos grados de potencia de la esencia, mientras descarta todos los demás.
Cuanta más individualidad se expresa en la existencia, más finitud se consolida, en detrimento de la pluralidad e infinitud de la esencia. La única manera de ser infinitos en nuestra finitud, es la de ser plurales en nuestra individualidad. La individualidad sepulta la diversidad, se construye con su olvido.
A cada instante hay en nosotros mismos infinitas criaturas diferentes de aquella es y obra, esa pluralidad oculta tras la individualidad, es nuestra propia esencia y es esencialmente prójimo. El “otro” es aquel que “yo” mismo puedo ser, es el “espectáculo” de mí mismo, mi “espectro”, el “espejo” que me refleja, mi propia “mirada” en otros ojos, mi “especie” y mi alteridad.
Conocer por la esencia, es conocer lo común y plural más allá de lo individual y propio, es fundirse con todo y con todos desde la propia esencia común y plural.
Hay un gradiente de potencialidades que configura nuestra esencia, pero la expresión de ese gradiente se hace, grado a grado, en la existencia. Las potencialidades de nuestra existencia están implicadas como grados de potencia en nuestra esencia, pero sólo se explican, es decir, se expresan, “salen” y “existen” en la duración por virtud de los avatares de la existencia.
A cada momento somos y obramos aquellas potencialidades de nuestra esencia que nuestra propia existencia explica. Conviniendo todas las esencias entre sí y no pudiendo ninguna destruir a otra, las desconveniencias y descomposiciones son un exclusivo asunto de la existencia.
Así como la esencia no es causa de existencia, la expresión de sus grados de potencia en la existencia, tampoco son causa suya, dependen de causas externas ellas mismas existentes. La existencia es la causa de la expresión de las esencias o sea, todo aquello que llega a ser es por virtud de lo que ya existe.
Las esencias perseveran, ya que pertenecen a sí mismas en el modo eternidad y se someten a las afecciones de la existencia, que pertenecen a la esencia en el modo de la instantaneidad, éstas expresan y exprimen sus grados de potencia, los hacen “salir” y “existir” a modo de afectos (afecttus), que pertenecen a la esencia en el modo de la duración. A cada instante, expresamos un grado de potencia de nuestra esencia eterna que eclipsa a todos los demás, a modo de afección instantánea o de afecto duradero.
Todo aquello que de las esencias se expresa en un determinado estado de cosas, depende más de los avatares de la existencia que de las potencialidades de la esencia, ya que en ésta constan infinitos grados de potencia, infinitas potencialidades y son las afecciones de la existencia las que seleccionan cuales se expresan y cuáles no.
Un ser humano es, esencialmente, todos los seres humanos, pero difiere de ellos existencialmente. Los seres humanos, como cualquier otra criatura, difieren entre sí por aquello que no depende de sus esencias, es decir, por sus existencias. Si por sus esencias fuera, ellos convienen absolutamente.
Conocer por la esencia es conocer por lo común, expresado o inexpresivo, es aquello que nos permite conocer la esencia de todo lo que es y obra, más allá de los avatares de su existencia. Es penetrar otros entendimientos, de los que siempre emana la satisfacción inmutable o dicha de la propia composición, por la cual los seres y las cosas son y obran. No hay allí lugar para misterios, ni paradojas, ni milagros, es ejercer un entendimiento infinito que implica y explica todos los entendimientos.
La satisfacción inmutable de otras criaturas, emanada de su propio entendimiento, sólo puede conocerse y comprenderse desde la propia satisfacción inmutable emanada del entendimiento de sí. El deseo ajeno sólo puede comprenderse desde el propio.
Quien no accede al conocimiento de su propio deseo, de la satisfacción inmutable que emana de su entendimiento por la cual es y obra, nada puede comprender de la satisfacción inmutable o dicha de otras criaturas, por la cual son y obran, es decir, perseveran en su existencia. Y donde no hay comprensión ética (etológica) de las conductas, hay juicio moral, idea inadecuada de un “bien” y un “mal” esenciales, que nos llevan a concebir (recibir) la más inadecuada de todas las ideas inadecuadas, la idea del castigo como instrumento del poder. El castigo es un recurso del poder para perpetuarse a sí mismo, perpetuando un estado de cosas que lo necesite.
Los afectos nos hacen sentir vivos, son aquello que nos pone en determinado estado de ser y obrar y pertenecen a la esencia en el modo de la duración, es decir, son grados de potencia de la esencia que duran en su expresión. Todo aquello que en nosotros dura es un afecto, nuestra duración es afectiva.
Los grados de potencia que duran en su expresión, son capacidades de la esencia que perseveran por las afecciones de la existencia. Cuando cambian las afecciones de la existencia, también cambian los grados de potencia que se expresan en la duración y la duración misma, como realidad, perfección, o continuidad indefinida en el existir, cambia.
El “yo” no es otra cosa que la cristalización de los afectos, una estructura que se erige a sí misma solidificando afectos duraderos, haciéndolos perseverantes y reduciendo la propia esencia a unos pocos grados de potencia que la expresan insistentemente. El “yo” encarcela la esencia en una individualidad existente.
Como el cincel del escultor que a fuerza de la instantaneidad repetida de los golpes le da forma a una figura, las afecciones de la existencia hacen emerger los grados de potencia de la esencia que se consolidan como afectos en la existencia. El bloque de piedra guarda en sí mismo infinitas formas, que se deshacen de a poco, golpe a golpe de cincel, hasta que toma forma la escultura, erecta sobre las ruinas de su propia potencialidad.
Conocer por la esencia es restaurar las ruinas de lo que no fue en aras de lo que es, es rescatar la infinita diversidad perdida en aras de alguna singularidad. El “yo” es, casi siempre, la pobre y limitada expresión de una esencia infinitamente potente, es la expresión finita de una esencia infinita.
La individualidad se desvanece en la medida que nos aproximamos a la esencia y se consolida y cristaliza en la medida que nos alejamos de ella. Conocer por la esencia es deshacer en la existencia aquello que la existencia misma finalmente deshará, es conocer la infinitud en la propia duración, es conocimiento en el modo eternidad.
miércoles, 1 de julio de 2009
EL PROBLEMA DE LOS MODOS FINITOS O INDIVIDUOS
Si suponemos, como muchos suponen, que sólo existen las leyes físicas del movimiento y del reposo, es decir, que todo es pura extensión o materialidad y acusan a Spinoza de materialista, ¿cómo se explica la perseverancia o conservación del aspecto del universo todo?, y yendo aún más lejos, ¿cómo se explica la formación, perseverancia y conservación de los universos particulares que provienen del universo todo?
¿Por qué persevera el universo todo en su aspecto y en la composición al infinito de partes simples, y por qué se aventura en la composición de cuerpos compuestos que originan universos particulares que perseveran y se conservan?
La respuesta a estos interrogantes sólo puede estar en el paralelismo absoluto que plantea Spinoza. Nunca hay extensión sin entendimiento y nunca hay entendimiento sin extensión.
Todo aquello que es extenso o material, sea lo que fuere, implica un entendimiento de sí, aquello por lo cual es, persevera en su ser y se conserva. Todo aquello que implica un entendimiento de sí, implica una extensión, que es aquello sobre lo que el entendimiento entiende.
En el modo infinito mediato universal o aspecto del universo todo, lo extenso es una composición al infinito de partes simples, sin descomposición alguna (por su propia simplicidad) y el entendimiento es la infinita satisfacción inmutable que le impide dejar de hacer lo que hace o dicha de la composición al infinito, es decir, que le impide dejar de componerse al infinito. Este es el aspecto máximo del infinito por innumerable[1].
¿Cómo pasa ese universo máximo a componer su propio mínimo?, es decir, ¿cómo se componen a partir del universo todo, los universos particulares o modos finitos?
En la composición al infinito de partes simples propia del universo todo que no puede dejar de hacer aquello que hace, está contemplada la potencialidad de composición de cuerpos compuestos. ¿Por qué está contemplada esa potencialidad?, porque si no lo estuviera el universo todo perseveraría en la composición al infinito de partes simples, es decir, perseveraría en la dicha de ser aquello que es. ¿Por qué da origen a otra cosa?, porque está en su potencia, es decir, porque puede. Esa potencia le ha sido dada, como su propio movimiento y reposo infinito le ha sido dado por la extensión y su propia infinita satisfacción inmutable le ha sido dada por el entendimiento infinito.
¿En dónde están esas potencialidades que le permiten al universo todo dar origen a universos particulares? Están en las esencias de modo, que constan en la esencia infinita del movimiento y reposo del atributo extensión y en la esencia infinita de la infinita o perfectísima satisfacción inmutable del entendimiento infinito o atributo pensamiento.
Si esas esencias no estuvieran allí donde están, nada podría ser y nada podría perseverar en su ser, “No se requiere una causa menor para conservar una cosa que para producirla por primera vez”[2].
Entonces, la formación de los cuerpos compuestos por virtud de la composición al infinito de conjuntos infinitos de cuerpos simples, propia del modo infinito mediato universal, se produce por la sola virtud de las esencias de modo que, como una trama sutil, aportan, soportan y transportan todas las potencialidades de ser y perseverar.
Las cosas y los seres no existen por virtud de sus esencias, es decir, las esencias no son causa de existencia. Los seres y las cosas existen por causas externas ellas mismas existentes. ¿Para qué están esas esencias que no son causa de existencia y qué son esas causas externas de la existencia?
Las esencias son causa del ser de las cosas, pero no son causa de su existencia. Sabemos que las esencias no son entidades abstractas o entes de razón o meras posibilidades, las esencias son siempre esencias de algo existente en acto. Ahora bien, ¿qué son estas esencias de algo existente en acto que no son causa de la existencia?
Cuando dos cuerpos simples se componen en un cuerpo compuesto, eso acontece, si y sólo si, efectúan una esencia de algo. Efectuar una esencia de algo, es adquirir un determinado grado de potencia y, viseversa, adquirir un determinado grado de potencia es efectuar la esencia de algo. Aquello que al intentar componerse por virtud del movimiento y del reposo no adquiere algún grado de potencia, no llega a componerse y persevera en la eternidad de su propia simplicidad. Por lo tanto, sólo se componen aquellos cuerpos simples que al “chocar” adquieren un determinado grado de potencia, o sea, una esencia de modo.
No hay posibilidades de que nada exista si no expresa algún grado de potencia de una esencia. Las esencias configuran una trama de todo aquello que existe en acto. ¿Qué sucede entonces con todo aquello que no existe en acto, carece de esencia? La esencia de todo aquello que no existe en acto, es decir, la esencia que ha dejado de acompañar a algún modo finito que interrumpió su duración, regresa a sí misma en la eternidad del atributo al que pertenece y en el que persevera eternamente o es efectuada por otro conjunto de cuerpos externos, ellos mismos existentes. La esencia de todo aquello que nunca existió en acto, persevera en la eternidad del atributo al que pertenece, hasta que las causas externas, ellas mismas existentes, la hagan existir. La esencia de los seres humanos perseveró inexpresiva en los atributos a los que pertenece, durante casi toda la edad o duración de nuestro mundo, para expresarse y salir (existir) recién cuando las causas externas, ellas mismas existentes, se lo permitieron, hace apenas unos miles de años. Cabría preguntarse, cuántas esencias están aguardando las causas externas que las hagan existir.
Me dirán ustedes, ¿qué esencias efectúan los cuerpos simples que por definición carecen de esencia alguna?, los cuerpos simples efectúan el movimiento y el reposo, como esencia del atributo extensión al que pertenecen.
Si bien las esencias no son causa de la existencia que depende de causas externas ellas mismas existentes, ninguna causa externa puede ella misma existir si no expresa algún grado de potencia de la esencia que efectúa. Esas causas externas, ellas mismas existentes, que son causa de existencia, no son otra cosa que grados de potencia de una esencia efectuada en acto, o sea, no son otra cosa que afecciones de una esencia, expresadas en un modo existente. Dada una esencia, esta no es otra cosa que un gradiente de potencialidades que van de un máximo a un mínimo, esta esencia se efectúa en acto (pasa a la existencia) sólo cuando padece una afección, es decir, cuando es alcanzada por otra esencia efectuada en acto (ella misma afectada y existente) con la que tiene algo en común. Las esencias efectuadas son causa permanente de la existencia de esencias no efectuadas, que por su sola virtud pasan a la existencia. Siempre se trata de esencias; efectuadas, afectadas, existentes y durables o no efectuadas, inafectadas, inexistentes y eternas. Un ser existente es una esencia que dura por virtud de otra esencia, ella misma efectuada, afectada y existente, que a su vez dura por virtud de otra esencia efectuada, afectada y existente y así hasta el infinito. ¿Qué infinito?, el modo infinito mediato universal, o aspecto del universo todo, en el que los cuerpos simples se componen al infinito por su propia simplicidad en un movimiento y reposo infinito y en un entendimiento infinito o infinita satisfacción inmutable de la composición al infinito.
¿Porqué es necesario atribuir una esencia a la cosa existente?, porque sin esencia nada dura, la esencia aporta la eternidad de la que surge cualquier duración, fuera de la eternidad y de la duración, sólo hay instantaneidad.
Las esencias de modo acompañan a todo aquello que existe mientras dura, cuando aquello deja de durar, es decir, deja de ser perfecto en sí y pasa a componer otras perfecciones, efectuará otras esencias con otros gradientes de potencia, mientras que aquella esencia que le pertenecía regresa a su propia eternidad en el atributo al que pertenece o será efectuada por otro conjunto de partes externas existentes que compongan sus mismas relaciones características.
Cabría pensar que una misma esencia puede ser efectuada por más de una cosa existente en acto, ya que la esencia en sí misma, sólo implica un gradiente de potencialidades, un conjunto innumerable de relaciones características de potencias y las relaciones de potencias no implican existencia alguna, sólo la explican. Las relaciones características de las potencias que componen el gradiente de potencialidades de una esencia, explican y expresan las potencialidades de una existencia, pero no son esa existencia, que es causada por partes externas y existentes que componen las mismas relaciones características de la esencia que efectúan.
La esencia es aquello que explica la existencia, porque implica todas las potencialidades de aquello que existe, pero a cada momento, la esencia es efectuada por partes externas que se componen con sus mismas relaciones características. La esencia es siempre y a cada momento infinitamente mayor que las partes externas existentes que la efectúan, que aquello que el modo finito existente efectúa de ella, es decir, expresa o exprime de ella en acto. Nuestra potencia es siempre infinitamente mayor que aquello que nuestra existencia es y obra.
Por eso es imposible concebir la esencia de un modo finito existente, teniendo en cuenta sólo aquello que él obra, eso apenas es uno de sus infinitos grados de potencia. Nada ni nadie es solamente aquello que obra o hace, si bien, aquello que obra o hace es siempre uno de los infinitos grados de potencia de aquello que es.
Las relaciones explican aquello que existe pero no son aquello que existe. Las relaciones explican pero no implican, expresan pero no son.
La relación entre el frente de aire frío y la nube de vapor de agua, no es en sí misma ni el uno ni la otra, no obstante, no es nada sin ambos y es sólo una potencialidad en cada uno de ellos. La lluvia es la expresión o explicación de esa relación, es otra cosa que existe por causas externas ellas mismas existentes. Dos cuerpos existentes se encuentran por virtud del movimiento y del reposo, dos cuerpos que disfrutan de la satisfacción inmutable de ser lo que son, nube de vapor el uno y frente de aire frío el otro. Son la expresión de sus esencias en determinados grados de potencia, nube y frente frío. Ambos cuerpos se afectan mutuamente, por virtud de aquello que tienen en común, en este caso el movimiento y el reposo expresado como temperatura. El más potente neutraliza al menos potente, el aire frío se compone con el vapor de agua que se enfría y ¡Fiat!, hágase la lluvia. Las esencias ahora perseveran en distintos grados de potencia, el aire ahora es templado y la nube ahora es lluvia. ¿Qué aconteció? La relación efectuó las esencias en la existencia.
Aquello que el modo finito obra tiene que ver con las potencialidades de su esencia y de ellas dependen las afecciones que padezca y las relaciones que establezca. Ellas son a cada momento, infinitamente mayores que aquello que explica y actúa el modo finito existente.
Los universos particulares o modos finitos “emanan” del modo infinito mediato universal, el universo todo da origen a los universos particulares, por virtud de la reunión de conjuntos infinitos de partes simples que dan origen a cuerpos compuestos. Estos cuerpos compuestos son y obran por virtud de un gradiente de potencias que va de un mínimo a un máximo, es decir, que delimita todo aquello que ellos pueden en la existencia. A cada momento, esos cuerpos compuestos existentes disponen de una infinidad de grados de potencia, desde un máximo a un mínimo, pero sólo expresan, explican o actúan, aquellos grados de potencia de la esencia que sus afecciones exprimen y hacen salir, es decir, existir. Los cuerpos compuestos dan origen al universo de las relaciones y de las afecciones, en los que la composición al infinito, propia del modo infinito mediato universal, se interrumpe, transformando su eternidad en duración, su infinitud en finitud. Aquello que era eterno e indeterminado, ahora es durable y determinado por relaciones características, aquello que era infinito por su propia simplicidad, ahora es finito por su propia complejidad. La determinación implica la complejidad, que implica las relaciones, que implican las afecciones, que implican la duración, que implica la finitud. La indeterminación implica simplicidad, que implica composición al infinito, que implica eternidad, que implica infinitud.
La eternidad, como tal y en tanto tal, persevera en la duración, toda manera de la duración proviene de la eternidad, si no fuera así, si la duración proviniera de la duración, habría de extinguirse por su propia causa, lo cual es contradictorio o lo que es lo mismo, produciría un colapso universal hacia la nada misma. La perseverancia es una virtud de la eternidad y por esa sola virtud existe la duración. La duración es la inmanencia de la eternidad.
[1] Tercer infinito de la carta a Meyer, Gille Deleuze, “Spinoza Filosofía Práctica”, página 100.
[2] “Principios de Filosofía de Descartes”, Cap. I, Axioma X.
jueves, 25 de junio de 2009
LA INFINITA SATISFACCIÓN INMUTABLE
[1] Raíz etimológica latina común de las palabras “entendimiento” y “extensión”.
No hay otro hilo conductor entre el entendimiento absoluto o amor intelectual de Dios y el conato, tendencia o apetito del modo finito existente. La infinita satisfacción inmutable es dicha que no puede dejar de hacer lo que hace, es amor intelectual en la Sustancia Única, es la dicha de la conveniencia absoluta de las esencias, es dicha de la composición por la cual los modos finitos existen y es la dicha de sí por la que perseveran, su potencia de existir o tendencia a perseverar en la existencia, como conato, tendencia, apetito o deseo. Amor intelectual desde la Sustancia Infinita al modo finito, que tiende el hilo conductor que Spinoza mismo nos señala como empresa para regresar desde el deseo al amor intelectual a Dios o Beatitud, amor intelectual del modo finito existente a la Sustancia Infinita o Dios.
No hay menos entendimiento infinito en lo estenso y material (dicha de la composición de los cuerpos), que movimiento y reposo en el pensamiento o entendimiento infinito (dicha de la composición de las ideas). Ambos son la misma cosa, entanto Dios como cosa extensa (1) es la misma cosa que Dios como cosa pensante (2) o el cuerpo de un modo finito existente es la misma cosa que su mente. "El orden y correlación de las ideas es el mismo que el orden y correlación de las cosas" (3), la dicha del entendimiento es la dicha de la composición de los cuerpos. Las esencias de modo implican; esencias de la extención (movimiento y reposo) y esencias del pensamiento (entendimiento infinito), en un paralelismo absoluto.
(1) E II, proposición I
(2) E II, proposición II
(3) E II, proposición VII
Nada es extenso (material) sin ser pensante (sin tener algún entendimiento de sí) y, viceversa, nada es pensante sin ser extenso.
No hay menos entendimiento en lo extenso o material que en el pensamiento o entendimiento, la materia entiende de sí misma, aunque no piense. Hay quien considera que ese entender de sí misma no es otra cosa que pensamiento. Tampoco deja de haber extensión o materialidad en el pensamiento mismo, las ideas son los cuerpos extensos del pensamiento y cuando no hay ideas por no haber mente, habrá sensaciones y cuando no hay sensaciones, en la materia no viva, hay leyes de esa materia que son su propio entendimiento.
El movimiento y reposo, como expresión del atributo extensión (corporalidad o materialidad), no es causa adecuada[1] , que pueda entenderse por sí misma, de la composición al infinito que implica la creación. Ya que, tanto la composición como la descomposición, los buenos y los malos encuentros, son por su causa, aunque pueda aducirse que toda descomposición implica una nueva y diferente composición.
[1] E III, Definición I.
¿Qué hace que el “universo todo” como expresión del atributo extensión en el modo infinito mediato, tienda (těnděre) hacia la composición al infinito? ¿Qué lo rescataría de una tendencia (těnděre) hacia la descomposición al infinito?
No hay otro recurso que acudir a un “entendimiento infinito” que se expresa como la capacidad de “entenderlo todo clara y distintamente en todos los tiempos” y del que emana una “infinita o perfectísima satisfacción inmutable” o dicha infinita que le impide “dejar de hacer aquello que hace”[1], es decir, que es ley que todo lo compulsa.
[1] TB, Capítulo IX, “De la Naturaleza Naturada”, punto 3.
Volvemos a encontrar aquí a la dicha como hilo conductor que compele la composición de cuerpos simples que se reúnen por infinidades y que compulsa la composición de esos conjuntos infinitos en cuerpos compuestos, que se relacionan entre sí en alguna existencia, en la que perseveran por la sola virtud de la “infinita satisfacción inmutable” de su ser que es su obrar, en un conato, tendencia, deseo o potencia de existir.
¿Implicaría esto alguna preeminencia del atributo pensamiento sobre el atributo extensión, del entendimiento sobre la materia?
No, porque sin la sola virtud del movimiento y del reposo, no habría composición, ni habría la infinita satisfacción inmutable que de ella emana. Y sin la infinita satisfacción inmutable o dicha de la composición, no habría perseverancia. Aquello que crea es exactamente lo mismo que aquello que conserva[1], aquello que es, es por la dicha de su ser y por esa misma dicha persevera.
[1] “Principios de Filosofía de Descartes”, Cap. I, Axioma X.
Sin ambos atributos de Dios, en perfecto paralelismo, no habría manera de salir del caos, de la pura composición/descomposición del movimiento y del reposo, en infinita y absoluta redundancia. No habría manera de comprender la evolución misma, el těnděre como tendencia y despliegue que implica, como su misma etimología lo recuerda, una extensión y un entendimiento.
La secuencia sería la siguiente:
INFINITO POR NATURALEZA
SUSTANCIA INFINITA
ATRIBUTOS DE DIOS
EXTENSIÓN
PENSAMIENTO
INFINITO POR SU CAUSA
MODO INFINITO INMEDIATO
MOVIMIENTO Y REPOSO INFINITO
ENTENDIMIENTO INFINITO
INFINITO POR INNUMERABLE
MODO INFINITO MEDIATO
ASPECTO DEL UNIVERSO TODO
INFINITA SATISFACCIÓN INMUTABLE
MODOS FINITOS
INDIVIDUOS
TENDENCIA, APETITO, CONATO O DESEO.