lunes, 15 de marzo de 2010

DICHA O DESDICHA

COMPRENDER O PADECER


Ser afectado por un cuerpo externo no implica tener una idea de su naturaleza, es decir, comprender qué es aquello que nos afecta.
“La idea de una afección cualquiera del cuerpo humano no implica el conocimiento adecuado del cuerpo externo” (E II, prop. XXV), padecer no es comprender.
La idea afección/pasión o el padecimiento del primer género del conocimiento, aparece de hecho por la exposición que implica la propia existencia. “La fuerza con que el hombre persevera en existir es limitada e infinitamente superada por la potencia de las causas externas”, (E IV, prop. III). Esta proposición no es sólo válida para los seres humanos, sino para toda cosa o criatura existente en acto, es propia de la condición de existir.
Vivir es una pasión y el crecimiento y la perseverancia de esa pasión, es decir, la intensidad y duración de nuestra vida, no depende ni se define por la potencia con que nos esforzamos por perseverar en la existencia, o sea, por nuestra propia esencia, sino por la potencia de las infinitas causas externas comparadas con la nuestra (E IV, prop. V). Se trata de un cálculo diferencial entre potencias (Leibniz).
“Padecemos en tanto formamos parte de la Naturaleza que no puede concebirse por sí y sin las otras partes.” (E IV, prop. II). Dependemos absoluta o parcialmente de infinitos cuerpos externos y en tanto dependemos, padecemos.
En el primer género del conocimiento que nos es dado con la existencia misma, sólo podemos padecer, en el sentido de ser afectados por infinitas causas externas de las que no tenemos ninguna idea de su naturaleza.
Las ideas afección/pasión surgen del padecimiento mismo que implica la propia existencia y son de dos tipos; dichosas o desdichadas, según sea la afección corporal de la que provienen. Dicha, frente a todo aquello cuya naturaleza se compone y conviene con la nuestra y desdicha, frente a todo aquello que es contrario a nuestra naturaleza. La tercera opción que sería la indiferencia, queda descartada por la proposición XIII, lema II, de Ética II; “Todos los cuerpos concuerdan en ciertas cosas.”, “…en que implican el concepto de un solo y mismo atributo.” Es decir, todos los cuerpos tienen algo común en naturaleza, aunque más no sea, su pertenencia a un mismo atributo, por lo tanto, todos los cuerpos pueden afectarse entre sí, en tanto la afección surge de aquello que tenemos en común. En realidad no existe nada que pueda sernos absolutamente indiferente, que pueda no afectarnos o no ser afectado por nosotros, la indiferencia en relación a la afección es apenas una ilusión que proviene de nuestra ignorancia. Nada nos es absolutamente indiferente y para nada somos absolutamente indiferentes.
Las afecciones o pasiones dichosas aumentan nuestra potencia de existir, que es potencia de obrar (corporal) y potencia de comprender (mental), nos hacen más reales, durables y perfectos (E II, definiciones V y VI), en tanto expresan o exprimen grados de potencia de nuestra esencia que es esencialmente dicha y persevera en ellas. Las afecciones o pasiones desdichadas inhiben o reprimen nuestra potencia de existir, en tanto no expresan ni exprimen ningún grado de potencia de nuestra propia esencia dichosa, son su inexpresividad y por eso nos hacen menos reales, durables y perfectos. Si la esencia es el ser de la cosa, la dicha de la cosa es la expresión de su ser y la desdicha es su inexpresividad.

LA NOCIÓN COMÚN EN NATURALEZA

El desconocimiento de la naturaleza de las causas externas y con él, el desconocimiento de nuestra propia naturaleza, es aquello que nos hace pasivos, es decir, pasibles de padecimiento. Viceversa, el conocimiento de la naturaleza de las causas externas y con él, el conocimiento de nuestra propia naturaleza, es aquello que nos hace activos, es decir, nos permite alcanzar nuestra potencia de obrar y comprender.
¿En qué consiste nuestra propia naturaleza?, no es otra cosa que nuestra propia esencia, el ser mismo de aquella cosa que somos, sea ésta cual fuere. Nada podemos ser o dejar de ser, más allá de los límites de nuestra propia naturaleza o esencia. Conocer nuestra propia naturaleza es conocer los límites de nuestra existencia, es decir, nuestra potencia de existir o esencia.
¿En qué consiste el conocimiento de la naturaleza de las causas externas?, no es otra cosa que el conocimiento de las esencias de todo aquello que es y obra en la naturaleza, el ser mismo de todas aquellas cosas o criaturas que son y obran en la naturaleza, sean éstas cuales fueren. Conocer la naturaleza de las infinitas causas externas es conocer la esencia de la naturaleza toda, es decir, su potencia de existir.
De la confrontación de estos dos conocimientos depende el crecimiento y la perseverancia, o sea, la intensidad y la duración de nuestra propia existencia, de esa pasión a la que llamamos vida.
¿Cómo se alcanza la noción de la naturaleza de los cuerpos externos y con ella la idea de nuestra propia naturaleza?, no hay otra manera de lograrlo que no sea a través de las nociones comunes en naturaleza.
¿Qué es una noción común en naturaleza?, es una idea o facultad de nuestra mente, en tanto es una cosa pensante, que implica la naturaleza de nuestro cuerpo y a la vez la naturaleza presente de un cuerpo externo (E III, prop. XXVII, demostración).
Una noción común es una idea de comunión en naturaleza, o sea, de comunión en esencias, ya que la naturaleza y la esencia son una y la misma cosa. Siendo la esencia, esencialmente dicha, independientemente de la cosa existente en la que se exprese, la noción común en naturaleza es comunión en la dicha, ya que esencia y dicha es una y la misma cosa. La noción común en naturaleza no es otra cosa que el resultado de un acto amoroso, es decir, de la idea de una alegría, un bien o una dicha, de causa externa, o sea, es el resultado del amor (E III, definición de los afectos VI).
Las nociones comunes en naturaleza nos introducen en el segundo género del conocimiento o universo de las relaciones humanas, por su virtud comenzamos a ser seres humanos y esa virtud que nos hace humanos no es otra cosa que el amor.
Queda claro entonces que la “humanidad” o “inhumanidad” que se atribuya a una criatura humana, no es otra cosa que la exacta medida de la dicha que esa criatura ha recibido de las infinitas causas externas. Desafío a quien se anime a postular la desdicha como génesis de alguna “humanidad” que no resulte en aquello que llamamos la “inhumanidad” misma.


LA IDEA DE “SEMEJANTE”

¿Cómo se expresa en la existencia el advenimiento de las nociones comunes? La primera noción común en naturaleza que alcanza a configurar nuestra primera idea adecuada proviene del acto amoroso de la crianza y se expresa como la idea de “semejante”. Como “no se requiere una causa menor para conservar una cosa que para producirla por primera vez” (Principios de filosofía de Descartes, Axioma 10), el acto amoroso de la crianza es idéntico al de la creación, por eso “criar” y “crear” significan esencialmente la misma cosa.
Esa noción común en naturaleza o idea de “semejante” es la primera idea de una alegría, un bien o una dicha de causa externa, es decir, es la primera idea del amor. Es la dicha de la creación la que nos introduce en la existencia y es la dicha de la crianza aquello que nos permite perseverar en ella.
Así como nada comienza a existir si no se da la dichosa comunión de una esencia con un conjunto infinito de partes externas y existentes que la componen en idénticas relaciones características de potencia, configurando el hecho dichoso de nacer; tampoco nada persevera en la existencia, ni dura, sin la alegría, el bien o la dicha de una causa externa y existente, es decir, sin el amor de un “semejante”. Esto es así para todo aquello que llega a existir, tanto sea una cosa como una criatura.
Mucho han dicho y escrito los hombres sobre el amor humano y se han apropiado del amor, por esa tendencia a la propiedad tan común en los seres humanos. La idea del amor se ha vuelto antropomórfica, el hombre ha decretado que es el único que ama en la bastedad de la naturaleza, configurando aquello que podríamos llamar “melodrama humano” y que siguiendo a Descartes reduce todo el resto de la naturaleza a una pura “brutalidad”. Pero, en tanto el amor no es otra cosa que una alegría de causa externa, no está menos presente en la lluvia que riega el brote naciente, en el rayo que hace nacer el ozono del oxígeno o en la lengua que lame la cría húmeda y palpitante. Si desarraigamos el amor del “melodrama humano”, éste enraíza en toda su bastedad y abundancia, que excede infinitamente a la naturaleza humana.
La idea de nuestra propia naturaleza no es otra cosa que el entendimiento de sí, la idea de la dicha de la propia composición o idea del “yo”, con la que se configura el propio pensamiento. Así como la mente es una idea del cuerpo, el pensamiento no es otra cosa que la idea de nuestra propia naturaleza y de la naturaleza toda, y no proviene de ningún otro sitio que no sea la alegría, el bien o el amor que hemos recibido de un “semejante”. No hay idea alguna de la propia naturaleza, ni entendimiento de sí como individuos, ni idea del “yo” o pensamiento, sin la alegría, el bien o el amor de causa externa. Llevando las cosas al extremo de su ser o no ser, debemos decir que no podremos pensar si no hemos sido amados suficientemente.
Toda noción común en naturaleza o idea de “semejante” nace de la alegría, del bien o del amor que hemos recibido. Es esa dicha o amor recibido aquello que da origen a la idea de la propia naturaleza, idea de sí o dicha de la propia composición, que es la primera emanación del propio pensamiento, y al mismo tiempo y en un mismo acto, da origen a la idea de “semejante”. Es a través de esta idea que el otro ingresa en nosotros mismos, oficiando de espejo y reflejo de nuestra propia naturaleza dichosa y expresiva y nos introduce en el universo de las relaciones a través de la dicha o del amor.
Todos los defectos de la idea de la propia naturaleza, del entendimiento de sí, de la idea del propio “yo” o de la propia composición, es decir, todas las inadecuaciones del pensamiento, son el efecto de la carencia de nociones comunes en naturaleza o ideas adecuadas de relación, o sea, defectos en la idea de “semejante”, que oficia como idea rectora de todo el universo de las relaciones o segundo género del conocimiento. Dicho de otro modo, el “semejante” que somos es idéntico al “semejante” que padecemos, que no surge de ningún otro sitio que no sea de la dicha o el amor que hemos “recibido” de una causa externa y que será toda la dicha o el amor que podamos “concebir”.
“La naturaleza o esencia de los afectos (y la dicha o el amor es un afecto) no se explican por nuestra sola esencia o naturaleza, sino por la potencia de las causas externas comparadas con la nuestra.” (E IV, prop. XXXIII, demostración). Nuevamente aquí se trata de un cálculo diferencial que explica por sí mismo la infinita variedad de circunstancias a las que llamamos “amor” y la infinita variedad de “semejantes” que concebimos (recibimos) y actuamos.
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, no es un mandato ni un mandamiento, es la más clara descripción del proceso expresivo y especular de la noción común en naturaleza. Toda la dicha que recibamos, en esencia y en existencia, será toda la dicha que concibamos y que podamos expresar.
La idea de “semejante” es el núcleo rector de todas las relaciones humanas, en tanto somos afectados y padecemos por aquello que tenemos en común con otros cuerpos (E IV, prop. XXIX y demostración) y la noción común en naturaleza o idea de “semejante” es la idea de aquello que tenemos en común con otros cuerpos. Es por su virtud, que aquello que nos afecta y nos hace padecer, nos permita actuar adecuadamente por el conocimiento de la naturaleza de su causa, ya que, toda pasión o padecimiento, deja de ser tal cuando conocemos la naturaleza de su causa externa (E V, prop. III).
La noción común nos introduce en el universo de las relaciones y su idea rectora es la idea de “semejante”. Esta idea que se adquiere en la crianza es el núcleo que aglutina todos los afectos que regirán nuestras relaciones.
Esta idea es medular en el sistema de formación de los afectos y es primera, original y principio de toda afectividad, su ausencia es la absoluta desafección o apatía. Spinoza se refiere a ella en el libro tres de la Ética, “De la naturaleza y el origen de los afectos”, precisamente porque ella nos introduce en el universo de las pasiones humanas. Spinoza regresa una y otra vez al concepto de “semejante” a lo largo de Ética III, porque sin esa idea o concepto no hay aparición de afectividad alguna. La menciona directamente en las proposiciones XVI, XVII, XIX, XXI, XXII, XXIII, XXVII, XXXIII, XLV y XLVII, pero esta idea está implicada en todos y cada uno de los afectos que describe.
Este libro III y el siguiente, son un tratado sobre las pasiones humanas, una minuciosa descripción de nuestra naturaleza, de todo aquello que mueve y conmueve a los hombres desde lo profundo y sobre lo que no tienen idea alguna de su naturaleza, es decir, todo aquello que los hace pasibles. ¿Pasibles de qué?, pasibles de humanidad.
Ingresamos al mundo de las pasiones humanas por virtud de la idea de “semejante”, primera noción común en naturaleza o idea de relación que nos introduce en el segundo género del conocimiento, por su virtud nos hacemos seres humanos. Es interesante comprender que la noción común en naturaleza o idea de “semejante”, es aquella virtud por la cual todas las criaturas, no sólo las humanas, alcanzan el ser de su existencia.
La idea de “semejante” es el rasgo de lo humano. Tan es así, que su ausencia en una persona nos alarma con justa razón y su presencia en los animales, nos hace humanizarlos porque los sentimos “semejantes” a nosotros mismos.
La idea de “semejante” surge ante los cuerpos externos que nos afectan de dicha o amor, pero padecer la dicha o el amor no implica comprender la naturaleza de esos cuerpos externos. La idea de “semejante” será inadecuada o adecuada, según surja de la imaginación o de la razón. Esta idea nunca es inadecuada en sí misma, en tanto surge de la dicha, que aumenta nuestra potencia de obrar y comprender (potencia de existir o esencia), es inadecuada en tanto carezcamos de una idea que la excluya, que es el problema esencial de la imaginación. Cuando el amor y la dicha que el “semejante” nos inspira son atribuidos a su presencia, no podremos tener una idea que lo excluya porque eso implicaría renunciar al amor y la dicha y eso contradice nuestra propia naturaleza o esencia, en este estado de cosas, sólo podemos padecer y si dejamos de padecer, dejamos también de ser (E V, escolio de la última proposición), ésta es la condición de la primera infancia y de la niñez. Cuando la dicha que el “semejante” nos inspira es reconocida como una capacidad de nuestra propia naturaleza o esencia, podremos tener una idea que lo excluya, ya que en nada meya nuestra propia naturaleza o esencia dichosa. Depender es padecer, si la dicha y el amor que concebimos dependen absolutamente de una causa externa, dependemos absolutamente de ella, es decir, la padecemos absolutamente, ésta es la condición de la infancia y la niñez, en la que somos seres absolutamente pasibles de alguna otra humanidad. Cuando reconocemos que la dicha y el amor que concebimos son una capacidad de nuestra propia naturaleza o esencia dichosas, podemos ser causa de ellos y prescindir de la causa externa, es decir, dejamos de depender y padecer, éste proceso se expresa en la adolescencia humana y es la causa de la conflictividad afectiva propia de esa edad.
Como la idea de “semejante” es, ontológicamente, muy anterior a la capacidad de razón, es inevitable que la padezcamos mucho antes de poder comprenderla, por eso es inevitable que transitemos el universo de las pasiones humanas regidas por la imaginación en torno a la idea de “semejante”. Y por eso mismo es inevitable que el “semejante” que seamos, provenga del “semejante” que padecimos. Esta condición inapelable de la crianza, que condiciona y estigmatiza nuestro propio cuerpo o ser material, es la única creación a la que le podemos atribuir todas nuestras monstruosidades. Creación y crianza son dos expresiones de la misma cosa, sabemos que la creación como el pasaje de la esencia a la existencia es imposible por fuera de un hecho de comunión dichosa, por lo tanto, todas las desdichas deben atribuirse a la crianza. No hay desdicha en la creación porque nada se compone en la desdicha, nada llega a ser por su efecto, la desdicha en el proceso de pasaje de la esencia a la existencia, aborta la existencia.
Las primeras nociones comunes en naturaleza o ideas de “semejante”, surgen de nuestra crianza, son las primeras ideas de nuestra propia naturaleza que surgen por virtud de la naturaleza de un cuerpo externo que nos hace dichosos, es decir, de la primera experiencia amorosa con un “semejante”.
Si no hemos recibido ningún bien, ninguna dicha o ningún amor de causa externa, moriremos en nuestra más temprana primera infancia, como lo describe precisamente René Spitz en su libro “El primer año de vida del niño”. La ausencia de un “semejante” en nuestra temprana primera infancia es la causa por la cual no llega a configurarse ninguna idea de nuestra propia naturaleza, que sin llegar nunca a expresarse se desvanece en aquello que Spitz llama “marasmo”. Aquello que se desvanece por causa de su inexpresividad es nuestra propia esencia dichosa, que abandona su función en la existencia cuando nuestro cuerpo muere. Ninguna criatura sobrevive si no recibe algún cuidado externo, es decir, si no recibe una alegría, dicha o bien de causa externa, o sea, si no recibe algún amor. Toda la alegría, dicha o bien que “reciba” de una causa externa, será toda la alegría, bien o dicha que “conciba” en sí mismo. “Recibir” y “concebir” son conceptos recíprocos y solidarios.
Si hemos recibido poco bien y poco amor de nuestros “semejantes”, con esa escasez se configura la idea de la propia naturaleza, el entendimiento de sí o idea del propio “yo”, y de esa escasez emanará el propio pensamiento. Aquello que “recibimos” es aquello que “concebimos” y por poco que ello sea, será todo lo que tengamos.
Cuanto más compleja sea la naturaleza de un cuerpo existente en acto, más compleja será la idea de su propia naturaleza y mayor será la complejidad de su crianza, es decir, mayor será su necesidad de alegría, bien o dicha, proveniente de una causa externa, o sea, mayor será su necesidad/capacidad de amor. De la necesidad surge la capacidad y de la carencia, la incapacidad.
Nuestra esencia es dicha innata y nuestra existencia es dicha y desdicha, que provienen de la confrontación con las infinitas causas externas que nos afectan, del cálculo diferencial de esa confrontación entre nuestra dicha innata o esencia dichosa y las infinitas causas externas que potencian o reprimen nuestra dicha con alegrías o tristezas, depende la intensidad y la duración de nuestra propia existencia. Cuando las causas externas desdichadas que reprimen nuestra esencia dichosa superan su capacidad de afección, es decir, superan su capacidad de reacción en la existencia misma, la esencia abandona la existencia y nuestro cuerpo muere. Llevando las cosas al extremo, podemos decir que somos por la dicha de nuestro ser y dejamos de ser por su desdicha.
Spinoza señala que sólo existen realmente tres afectos primarios, la alegría o dicha, la tristeza o miseria y el deseo (E III, prop. LIX, escolio) o “necesidad”, pero esos tres afectos pueden ser reducidos a uno solo. La tristeza nada es en sí misma más que carencia de dicha o alegría, y el deseo es siempre “necesidad” de dicha o alegría. Por lo tanto hay un solo afecto, el de la alegría o dicha y todos los demás surgen de él.
Siempre la dicha es lo primero y la poca o mucha que recibamos, en nuestra esencia y en nuestra existencia, será toda la que tengamos. El quantum de dicha que recibimos con nuestra propia esencia será toda nuestra potencia de existir o naturaleza y se expresará en la existencia según un cálculo diferencial que surge de su confrontación con las infinitas esencias existentes en acto que nos afectan. La confrontación es siempre de esencia a esencia, es decir, de naturaleza a naturaleza y su expresión es el devenir de la existencia, o sea, la propia vida.
Spinoza define “afecto” (afecttus) como el aumento o la disminución, el favorecimiento o la represión, de la potencia de obrar del cuerpo mismo y de la mente en tanto idea de las afecciones de ese cuerpo (E III, definición III). Tanto en la disminución o represión, como en el aumento o favorecimiento, el afecto implica un algo previo que puede ser aumentado o disminuido, favorecido o reprimido. Ese algo previo es la esencia misma, que es esencialmente dicha y que sólo pasa a la existencia por la dicha misma de su composición en lo extenso y previamente existente. Esa dicha de su composición en lo extenso no es otra cosa que su entendimiento de sí, idea del propio “yo” o pensamiento.
Todo surge de un sustrato esencial e innato que es la dicha misma, que será vivida como alegría o amor, si es favorecida o aumentada, o será vivida como aquello que llamamos “tristeza o miseria” si es reprimida o disminuida. No hay dudas de que la tristeza existe, es decir, que es percibida en la existencia como la disminución o represión de la potencia de obrar y comprender, potencia de existir o esencia; pero en relación a la esencia misma, la tristeza y la miseria nada son en sí mismas, más que la represión o inexpresividad de la dicha esencial e innata.


EL CÁLCULO DIFERENCIAL

El gran aporte de Leibniz a Spinoza es el cálculo diferencial, del que surge el concepto de “derivada temporal” o “tasa de cambio en el tiempo”. La “derivada” es el concepto más importante del cálculo infinitesimal o diferencial. La derivada representa una “razón de cambio” o un “flujo”. Paradójicamente, se considera al cálculo diferencial o infinitesimal como un invento de la mente humana y aún se discute si corresponde a la mente de Newton o a la de Leibniz, en realidad se trata de un descubrimiento, ya que la mente humana no puede producir verdad alguna que no existe en la naturaleza.
La perseverancia de Spinoza en hacernos comprender la necesidad, en tanto utilidad, de acceder al tercer género del conocimiento o conocimiento de las esencias, radica en que ellas implican la naturaleza misma de los seres y las cosas, que confrontando y afectándose mutuamente configuran el devenir de la existencia misma. Como su pregunta primera y última, ha sido y es, ¿cómo ser feliz en la existencia?, la respuesta es imposible sin el conocimiento de las esencias, que son el sustrato mismo de la dicha existencial. Llegamos aquí a la ecuación fundamental de la que depende toda “ad-ecuación” o “in-ad-ecuación”, si la esencia es dicha, la existencia dichosa debe ser igual a la esencia, la ecuación fundamental es entonces: existencia = esencia. De ahí surge la exigencia de Spinoza, todo aquello que expresa o exprime la esencia debe ser favorecido y todo aquello que la reprime o inhibe debe ser evitado.
Si alcanzamos el conocimiento de las esencias o el tercer género del conocimiento, conocemos tal cual Dios conoce, con infinito amor intelectual. El amor intelectual no es otra cosa que el conocimiento de la propia naturaleza o esencia, de la esencia de todas las cosas y criaturas que son y obran en la naturaleza y de la esencia infinita de Dios, estas son las tres ideas fundamentales del tercer género del conocimiento que nos conducen a la sabiduría o beatitud.
Comprender por la esencia es comprender por la naturaleza de las cosas, de tal modo que ninguna causa externa nos resulte incomprensible. Esa pasión que es la vida misma, su crecimiento y perseverancia, es decir, su intensidad y duración, no serán el resultado del avatar de los encuentros dichosos o desdichados, sino el producto claro y distinto de un cálculo diferencial entre nuestra propia naturaleza o esencia y la naturaleza de los cuerpos externos que nos afectan, es decir, el resultado de la concatenación de nociones comunes en naturaleza.
La noción común en naturaleza es la manera en que nuestra mente concibe, es decir, recibe, el resultado de ese cálculo diferencial que nuestro cuerpo realiza automáticamente en aquello que podemos llamar el “autómata corporal”. En principio nuestra mente sólo capta el resultado de ese cálculo corporal automático, es decir, las afecciones corporales de dicha o desdicha, de alegría o tristeza, que configuran las “derivadas temporales” o “las tasas de cambio en el tiempo”.
La derivada temporal o tasa de cambio en el tiempo es el resultado de ese cálculo diferencial entre la propia potencia de existir y la de aquello que nos afecta externamente, que nuestro cuerpo realiza automáticamente (autómata corporal) y se expresa como dicha o desdicha, alegría o tristeza.
La alegría o dicha y la tristeza o miseria, son las “derivadas” o “tasas de cambio en el tiempo” que expresan el “flujo” de la existencia misma.
En este punto, Leibniz aporta a Spinoza el cálculo diferencial que expresa la tasa de cambio en el tiempo de nuestra propia potencia de existir, la derivada temporal de nuestra propia esencia, que no es otra cosa que el resultado del devenir existencial de los afectos (“afecttus”), la concatenación de los pasajes a una mayor o menor perfección. Ese resultado es el quantum de dicha esencial con el que perseveramos en la existencia, que al aproximarse a cero indica el final de la existencia misma.
Es la dicha aquello que aumenta nuestra potencia de existir, realidad, perfección o duración, y es la desdicha aquello que las disminuye. La dicha es padecida en el primer género del conocimiento, para ser padecida y comprendida a partir del segundo género del conocimiento y para ser finalmente comprendida en toda su magnitud, como amor intelectual, en el tercer género del conocimiento. Esa comprensión sólo acontece por virtud de las nociones comunes en naturaleza que son la expresión mental de aquello que el cuerpo expresa automáticamente como autómata corporal.
Pasar del autómata corporal al autómata espiritual es un asunto de nociones comunes en naturaleza, ideas de “semejante”, dichas y amor.



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