I
En “La Ética”, Spinoza casi nunca utiliza la palabra
“alma”, él emplea casi siempre la palabra latina “mens” que significa “mente”. No obstante, esa palabra es
sistemáticamente traducida como “alma”. Este “error” de traducción produce un
error de interpretación de todo el sistema de pensamiento spinociano, en
especial en Ética II, “Del origen y la naturaleza del alma”, que debería traducirse como, “Del origen y la naturaleza de
la mente”.
En este presunto error, que los traductores justifican,
se encuentra la raíz misma del hermetismo en el que ha quedado encerrada la
verdad del pensamiento spinociano. La verdad de un pensamiento no radica en
otra cosa que en su capacidad de expresar eficientemente el acontecer de las
cosas, los seres y los hechos.
La confusión de la palabra “mente” con la palabra “alma”,
hace prácticamente ininteligible a Ética II, que es precisamente aquella parte
de La Ética en la que Spinoza explica “La naturaleza y el origen de la mente”, es decir, la naturaleza y el
origen del pensamiento humano. Minada la idea se contamina todo el pensamiento.
Ya René Descartes logró abstraer, separar, la mente del
cuerpo, en un dualismo que cimentó todo su imperio, el “pienso, luego existo” es una clara jerarquización del pensamiento
por sobre la extensión o corporalidad. Abstraída la mente del cuerpo, se la
separa de su causa eficiente y próxima y se pierde definitivamente toda
posibilidad de definirla genéticamente, o sea, adecuadamente. Para Spinoza, la
definición correcta es la genética, aquella que incluye en la definición la
causa de lo definido. Para definir “mente” es necesario apelar al “cuerpo” como
su causa próxima, así lo hace Spinoza en Ética II, proposición 11, “Lo primero que constituye el ser actual de
la mente humana no es nada más que la idea de una cosa singular existente en
acto” y en la proposición 13, “El objeto
de la idea que constituye la mente humana es el cuerpo, o sea, cierto modo de
la Extensión existente en acto, y nada más.” La mente es una idea del
cuerpo existente en acto.
Así la mente confundida con el alma, es exilada al campo
de lo abstracto y es vinculada a la “suprema abstracción”, un dios
absolutamente perfecto que crea de la nada y no necesita dar cuenta al
entendimiento humano de las causas de su perfección. Un dios que sólo puede ser
amado por la fe y no por la razón.
Spinoza procede de manera absolutamente diferente.
Comienza su Ética I, “De Dios”, con la definición de “causa de sí”, es decir, “aquello cuya esencia implica la existencia”, o sea, aquello cuya naturaleza
implica existir, que existe por sí. La causa de Dios es su propia naturaleza,
Dios es de naturaleza causal y es causa de sí y de todo aquello que es. Lo
define como: “un ser absolutamente
infinito (infinitamente más complejo que un todo, que implicaría
determinación), esto es una substancia (única) que consta de infinitos atributos, cada uno
de los cuales expresa una esencia
infinita y eterna.”
La univocidad está presente desde el principio en la
definición de Dios y da cuenta de un monismo que contradice definitivamente al
dualismo cartesiano y que puede ser comprendido por el entendimiento humano. Un
Dios comprensible, al que no se lo ama por la fe sino por la razón. Estas
primeras definiciones de La Ética nos resultan abstractas, aún separadas de sus
causas, porque Spinoza nos está mostrando el producto final de su pensamiento,
mientras que nosotros sus lectores, apenas comenzamos a pensar con él.
Ya desde su definición, destinada al entendimiento
humano, Spinoza concede a la constitución divina “infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia infinita y eterna.” La
inclusión de los infinitos atributos en la definición de Dios está destinada,
diseñada, para el entendimiento humano. No aparece en ella lo “infinitamente
perfecto”, como en Descartes, que requeriría de una definición previa de
“perfección”, sino lo “absolutamente infinito”, aquello que carece de toda
determinación y que no podría ser concebido, recibido, ni comprendido por
ningún ser determinado (humano) sin el auxilio del concepto de “infinitos atributos, cada uno de los cuales
expresa una esencia infinita y
eterna.” Es el concepto de “atributos” que implica el de “esencias” el que hace a Dios
inteligible.
Claramente, en la definición de “atributo” queda
explícita su función didáctica, “aquello
que el entendimiento percibe de la Sustancia como constitutivo de la esencia de la misma.”. Es decir, el
“atributo” es aquello que el entendimiento humano percibe de la Sustancia
Infinita (Naturaleza Naturalizante o Dios) como lo que constituye Su esencia. De los infinitos atributos de
la Sustancia, sólo nos son dados a conocer dos; la “extensión” o corporalidad y
el “pensamiento” o entendimiento, porque son aquellos que nos constituyen en un
cuerpo y una mente. O sea que la esencia
infinita de Dios sólo puede ser percibida por nosotros a través de la esencia que expresan los cuerpos y las
mentes. La esencia o alma no se
expresa por sí, sino en otra cosa, por la cual puede ser concebida.
En Ética II, definición I, Spinoza define “cuerpo” como “el modo que expresa de forma cierta y
determinada la esencia de
Dios, en cuanto se lo considera como cosa extensa.”, es decir, bajo el
atributo de la extensión o corporalidad y no otro. Habiendo definido “modo” en
Ética I, definición V, como “las
afecciones de la sustancia, o sea, aquello que es en otra cosa, por lo cual
también se la concibe.” Pura
inmanencia sin trascendencia, Dios no trasciende en su creación como el mueble
trasciende al carpintero, Dios persevera en ella como el padre persevera en el
hijo. Concluimos entonces que el cuerpo es una afección divina, aquello que
expresa la esencia extensa de Dios
en otra cosa, así como los hijos expresan la esencia de sus padres en otra
cosa.
La visión de Spinoza es absolutamente revolucionaria,
Dios no se expresa en una idea que lo haría todo inteligible, más de lo que se
expresa en un cuerpo existente en acto. Ahí está su verdadera revolución, la
consideración del “cuerpo” como una afección divina en absoluta igualdad con
una “mente” que es su idea.
Los dos atributos de la Sustancia que nos son propios, la
“extensión” o corporalidad y el “pensamiento” o entendimiento, expresan su esencia infinita con absoluta igualdad.
No hay un “pienso, luego existo.”,
hay un existo, padezco y pienso, los
tres términos de esta “ecuación” están ligados por un concepto clave en la
filosofía de Spinoza, el concepto de “esencia”.
En Ética I, proposición 30, Spinoza dice, “Un entendimiento finito o infinito en acto (es
decir, un entendimiento individual o el infinito entendimiento de la humanidad
toda en todos los tiempos) debe
comprender los atributos de Dios y sus afecciones (o modos) y nada más.” Así delimita claramente
cuál es el objeto del entendimiento humano, cual es el objetivo del
conocimiento de la mente. Un entendimiento finito o infinito en acto debe
comprender la expresión de la esencia infinita
de Dios en sus atributos y en sus modos o modificaciones, es decir, en sus
criaturas.
Si leemos bien comprendemos desde el principio que la
palabra genética, que implica la causa de lo definido en la misma definición y
que explica toda idea adecuada, es la palabra “esencia”.
Ya desde la primera definición, la de “causa de sí”,
Spinoza utiliza la palabra “esencia”.
Esa palabra reaparece en el concepto de “atributo” que está claramente
destinado y vinculado al entendimiento humano y lo auxilia para poder concebir,
recibir, la idea de Dios. Dios sólo puede concebirse, recibirse, por la
expresión de sus infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia infinita y eterna. Fuera de sus
atributos que expresan su esencia,
es el absoluto indeterminado. Dios sólo puede concebirse por aquello que Él es
en otra cosa, por la expresión inmanente de Su esencia, en otras esencias.
Esto traza una frontera definitiva, no puede concebirse,
recibirse, el pensamiento de Spinoza, si no se concibe, recibe, la idea de “esencia”. Confundida la “mente” con el
“alma”, se impide toda vinculación del “alma” con la “esencia” y se impide a la vez todo entendimiento esencial. Se
confunde la “mente” con la “esencia”
en un constructo idealista y antropomórfico que atribuye a Dios conductas
humanas.
Aquello que Spinoza dice claramente desde un principio
es: yo parto de la idea de esencia.
Recién en la definición II de Ética II, precisamente en la que habla “de la
naturaleza y el origen de la mente”, Spinoza define la palabra “esencia” (“aquello que puesto pone la cosa y que quitado, la quita”). Nos está
diciendo que el significado de esa palabra es fundamental para comprender la naturaleza
y el origen de la mente humana, a la que ese capítulo se refiere.
La mente que concibe o recibe una idea de la esencia es,
precisamente, la mente humana, fuera de esa operación no habría ninguna otra
esencialidad en la mente humana. El
significado de la palabra “esencia” o “alma”, es aquello que puesto pone la
naturaleza humana y quitado, la quita.
La idea de “esencia”
es aquella que liga la idea de Dios con la idea de sus “atributos” y la de sus
“afecciones” o “modos” al entendimiento humano. Sin ellas la idea de Dios es
una entelequia abstracta, tal cual la conocemos en nuestros días. La idea
re-ligadora o religiosa, si se quiere, del pensamiento de Spinoza, es la idea
de “esencia”. Si leemos bien,
comprendemos desde el principio que la palabra genética, que implica la causa
de lo definido en la misma definición y que explica toda idea adecuada, es la
palabra “esencia”.
La pirueta de la errónea traducción, presente desde el
título de Ética II, reemplaza la palabra “mente” por la palabra “alma”, con lo
que logra empantanar ya desde un principio todo el pensamiento de Spinoza,
empantanando todo el entendimiento humano. Su clara intensión de hacer de Dios
y de todas sus criaturas entes concebibles para el entendimiento, queda
neutralizada. El anti-cartesianismo de
Spinoza se desmorona como un castillo de naipes y la idea de Dios permanece tan
hermética como en Descartes, por virtud de una “mente” confundida con un
“alma”.
La palabra “alma” sólo puede equipararse en el
pensamiento de Spinoza con la palabra “esencia”,
quizás porque empleó mucho esta última no necesitó recurrir a aquella.
Confundiendo la mente con el alma, no sólo se confunden ambos conceptos
haciéndose incomprensibles, sino que, con un alcance mucho más devastador, se
vacía de sentido a la palabra “esencia”,
que es central en su pensamiento.
El error resulta tan grosero que parece increíble, no
obstante todas las traducciones de La Ética lo repiten. ¿Porqué no tradujeron
la palabra “esencia” por la palabra
“alma”?, porque siendo la pirueta igualmente incorrecta, los resultados
hubieran sido infinitamente menos devastadores.
Las teorías conspirativas no suelen ser agradables, sin
embargo, la adherencia imprescindible que el poder muestra por el pensamiento
de Descartes, en el cual indudablemente se cimienta, nos hace comprender que el
traductor cayera, como todos caemos, en la trampa del poder, especialmente
porque el pensamiento de Spinoza enaltece la potencia que es precisamente su
antídoto. La palabra “potencia”, puede ser traducida en Spinoza indistintamente
como “esencia” o como “alma” sin
alterar mayormente el sentido de su pensamiento.
La
operación para desactivar la estrategia de esa “errónea” traducción, consiste
en re-traducir la palabra “alma” por la palabra “mente” en todas y cada una de
las definiciones, proposiciones, demostraciones y escolios de La Ética, ya
veremos en cuál o cuáles no es necesaria esa operación.
La zancadilla que nos hace el lenguaje en su traducción
pone en evidencia el principal objetivo del poder cultural, el de ocultar. Pero
el lenguaje encierra en sí mismo la potencia del significado, que es
esencialmente revelador, aunque toda revelación sea un nuevo velado.
Los alcances de esta trampa lingüística van mucho más
allá de la obra de Spinoza y llegan a pensadores contemporáneos como Gilles
Deleuze, que repite la errónea traducción de La Ética. Él parece confundir el
alma con su idea al decir: “el alma es una afección o modificación de
Dios bajo el atributo pensamiento” (“Spinoza y el problema de la
expresión”, capítulo IX, página 140). Obviamente está utilizando la palabra
“alma” en lugar de la palabra “mente”, la frase correcta sería “la mente es una afección o modificación de
Dios bajo el atributo pensamiento”. La palabra “alma” suscita acertadamente en
el lector connotaciones “esenciales”, por lo que parece decir que “la esencia
de Dios se expresa bajo el atributo pensamiento”, lo cual repite la misma
inequidad o inadecuación de Descartes, a favor de la mente y en detrimento del
cuerpo, el “pienso, luego existo”. Sin
quererlo, Deleuze repite a Descartes y traiciona a Spinoza.
Si tradujéramos la palabra “esencia” que Spinoza utiliza desde su primera definición, por la
palabra “alma” que él casi no emplea, concluiríamos que no hay más esencia o alma en la mente de la que
hay en el cuerpo y que ambos dos, mente y cuerpo, son la expresión de la esencia infinita de la sustancia a
través de las infinitas esencias de
sus atributos infinitos, dotados de absoluta igualdad.
Como toda idea, la de la esencia o alma debe formarse en la mente, en ese único sentido la
idea de la esencia o alma es un
dominio de la mente, pero no lo es la esencia
o alma en sí, que se expresa igualmente en la mente como en el cuerpo por
virtud de las infinitas esencias de
los atributos infinitos dotados de absoluta igualdad. Jerarquizar la idea de la
esencia o alma por sobre la esencia en sí, jerarquiza el atributo
pensamiento por sobre el atributo extensión, recayendo en el dualismo
cartesiano que Spinoza pretende subvertir. Además jerarquiza la idea por sobre
la cosa ideada, en un idealismo que es una definitiva trampa.
Parecería decirse que la esencia o alma no puede ser expresada por el cuerpo mismo sin el
auxilio de la idea. Eso reduce la Beatitud o felicidad a un dominio de la mente
en claro detrimento del cuerpo y pone al amor intelectual por sobre el amor
corporal. Convengamos que es el cuerpo como expresión del atributo extensión,
quien muchas veces nos señala el camino a la felicidad, mucho antes que la
mente, como imperio de las ideas, logre alcanzarlo. Ante la duda, tanto mental
como corporal, suele ser el cuerpo el que tiene la razón, aunque la razón
parezca ser un patrimonio de la mente. Muchas veces, por no decir casi siempre,
el cuerpo tiene razones que la mente no
comprende.
La muerte misma, como acto final del devenir existencial,
parecería ser un asunto corporal. Es el cuerpo quien nos sorprende muriendo
frente a una mente anonadada, y es una mente anonadada la que no comprende su
propia finitud. Nunca hay esa “nada” que anonada, ni siquiera y muy
especialmente en la muerte misma, ella es el resultado de un poder cultural que
abstrae, separa, para confundir y controlar.
La utilización de la palabra “alma” confunde al
entendimiento humano por sus infinitas connotaciones oscuras, revelada como “esencia” logra la claridad que siempre
le fue esquiva. Confundida con la palabra “mente”, obtura el pensamiento tanto
para comprender la propia esencia o
alma, como para comprender la mente.
Deleuze, en el mismo párrafo mencionado, además de
confundir la constitución del alma con su idea, la equipara al “espíritu”, en
un nuevo embrollo que es necesario desenredar.
La idea del alma o esencia
es su expresión en el atributo pensamiento, pero siendo la mente el producto de
las ideas de las afecciones de un cuerpo existente en acto, el alma es en
principio una afección corporal y por esa sola virtud llega a ser una idea
mental.
¡¿Quién es el que piensa, sino el cuerpo mismo?!
El alma o esencia
se expresa tanto en el silencioso atributo pensamiento como en la acción de un
cuerpo en el movimiento y el reposo. No
se expresa más la esencia o alma en el silencioso pensamiento de lo que la
expresa el movimiento y el reposo de un cuerpo y, en prodigiosa síntesis, la
epifanía o manifestación de ambos atributos a la vez en la sonora habla.
El significado de la palabra “alma” o “esencia” le da sentido al habla,
cualquiera sea la lengua que se emplee y configura un espíritu. El significado
de las palabras es su “esencia” o
“alma”, aquello que pone a las cosas, los seres y los hechos en el lenguaje y
que quitado, los quita, y que indefectiblemente expresa la esencia o alma del hablante. La esencia o alma de las palabras, es decir, los significados,
convienen absolutamente con la esencia
o alma del hablante, expresándolo en un espíritu. Todas las esencias convienen entre sí.
La palabra “espíritu” deriva del latín “spĩrare”, “soplar”, “respirar”, y no
significa otra cosa que la espiración consciente en un habla. El habla es la expresión en acto del
espíritu, que si bien no se ve se puede oír perfectamente.
Ese “error” de traducción, como tantos otros, pretende
alejar definitivamente el pensamiento de Spinoza del entendimiento humano, pero
además pretende religarlo al dualismo cartesiano, neutralizándolo.
¿Porqué sería necesario hacer tal cosa? Porque es indispensable
para sostener un mundo que adjura de la idea de “esencia” o “alma”, un mundo desalmado.
Las distintas religiones se adueñaron de la palabra
“alma” y la definieron a su antojo y beneficio, religándola a un dios
sobrenatural que crea de la nada, y de cuya misma nada devienen los monarcas y
los aristócratas, devenidos dictadores y oligarcas, que imperaron e imperan
sobre un universo de cuerpos esclavos sometidos a Teísmos y Deísmos abstractos.
Spinoza es un demócrata que florece en la República holandesa del siglo XVII y
declina y muere con ella. Su obra es la más monumental construcción
racionalista que acerca definitivamente la idea de “esencia” o “alma” al entendimiento humano y demuele el poder de los
Teísmos y Deísmos aún imperantes.
Parafraseando a Ivon Guebara una monja católica y
feminista, la religión es el opio de los pueblos mientras persevere en clave
machista, patriarcal e imperial.
Puede intuirse entonces el peligro que el pensamiento de
Spinoza representa aún hoy en día, para un mundo en el que imperan Teísmos y
Deísmos esclavizando a la multitud. A Spinoza se lo trató de “ateo” porque
demuele la construcción del dios cartesiano, o de “panteísta” por difuminar en
los infinitos modos o criaturas su idea de Dios.
El dios sobrenatural, que crea de la nada, separado
genéticamente de la naturaleza misma y concebido como la “suprema abstracción”,
coincide absolutamente con el concepto abstracto de “dinero” que impera,
reunido en capital, en la real expresión de los Teísmos y Deísmos, el capitalismo,
que atravesó incólume monarquías, aristocracias y democracias hasta nuestros
días.
Si el alma o esencia
es algo abstracto, separado de un cuerpo y de una mente, es decir, de un obrar
y comprender, sólo puede encontrar su equivalencia “real” en otra absoluta
abstracción. La idea abstracta de un alma separada de la naturaleza toda y
regida por un dios sobrenatural que crea de la nada, sólo puede
“materializarse” en un constructo absolutamente abstracto ligado
definitivamente a la variabilidad numérica, a la abstracción de las cantidades;
eso es el dinero, que todo lo puede porque nada es y que reduce toda criatura a
mera mercancía. Así como ese dios ha
creado todo de la nada, el dinero crea de la nada misma.
Abstraer el alma del cuerpo es matar en vida, es
desalmar, concebir un autómata corporal sujeto de abstracciones, que piensa y
obra abstraído de las causas de su acción y pensamiento. Equiparar el alma a la
mente, como pretenden las fallidas traducciones de la Ética, supone confundir
la necesidad o compulsión a pensar, propia de la mente, con el ansia o apetito
por conocer, propio de la esencia o
alma y hace de la “verdad” un patrimonio del pensamiento que encaramado en
abstracciones, crea y cría una realidad abstracta. El ruido, la contaminación
visual y auditiva, tan propias del mundo capitalista, nos prohíben el silencio,
que como las pausas que separan las palabras en frases, es el sitio del
significado. Así como el silencio corporal es la expresión del bienestar, de la
dicha del cuerpo, que se expresa en silente eficacia, el silencio mental es
indispensable para que la mente alcance el significado, es decir, la sabiduría
o Beatitud.
Es necesario conocer “algo”, una sola cosa sea cual
fuere, adecuadamente, es decir por su causa genética o esencial, para que ya luego la mente sólo quiera y pueda conocer de
esa manera. La dicha de la mente es la de la comprensión así como la del cuerpo
es la composición y comunión, la compasión dichosa.
II
La idea de “esencia”
o “alma” es absolutamente central en el pensamiento de Spinoza y no tiene otro
sentido que hacer inteligible la idea de un Dios inmanente, cuya esencia infinita o alma se expresa en
sus infinitos atributos dotados de absoluta igualdad y en sus propias modificaciones
o modos (criaturas) existentes en acto. Un Dios vivo, que expresa el infinito
en la finitud o duración.
Quitada la palabra “alma” de la palabra “esencia” y puesta en la palabra
“mente”, se vuelve a caer en la abstracción cartesiana, en el “pienso, luego existo”, concepto
abstracto carente de causa genética al concebirse separado del cuerpo. La mente
así transformada en imperio abstracto elucubra la “suprema abstracción”, un
dios sobrenatural separado de toda naturaleza que crea y cría de la nada misma.
El cuerpo así transmutado en entidad abstracta y desalmada, en criatura hecha
de la nada, es sujeto maleable de esclavitud y sus apetitos son poco menos que
tentaciones de un demonio tan abstracto como ese dios.
Nada hay más peligroso y dañino para la mente humana que
la elaboración de ideas abstractas, separadas de su causa próxima y eficiente,
naderías vaciadas de toda naturaleza. Nada hay más dañino para la mente humana
que la idea de una “nada”, que asfixia al entendimiento en el nihilismo y su
imaginación trepa desmesuras guiada por su ciego apetito de dicha, desligada de
toda razón y naturaleza.
El ser humano es, esencialmente, la única criatura que
imagina, y su imaginación, potencia humana por excelencia, guiada por su
esencial apetito de dicha o “alma” es objeto prioritario del poder cultural,
tanto como la imaginación de la multitud devenida política. Porque es
imaginando que alcanzamos alguna razón, se hace necesario controlar y guiar la
imaginación humana para modular y regular su capacidad de razón. Atrapada la imaginación en señuelos
encantadores y abstractos, naderías, se clausura toda capacidad de razón,
razonamiento y entendimiento, es decir, se clausura el atributo pensamiento y
se esclaviza al cuerpo.
Las personas o individuos no alcanzan la felicidad o
Beatitud por las mismas razones que la hacen inalcanzable para la multitud
reunida en pueblos o naciones. Aquello que hace feliz a una persona es idéntico
a aquello que hace feliz a la multitud. Las ideas abstractas, separadas de su
causa eficiente y próxima son causa de desdicha y error, para el individuo y
para la multitud, en tanto la causa eficiente y próxima de una persona es su
propio prójimo. El pensamiento racional devenido de la imaginación es para las
personas lo mismo que la política es para los pueblos o multitudes. La política
es la imaginación y el pensamiento de los pueblos. Abjurar de la política en
las comunidades tiene el mismo efecto que adjurar de la imaginación y la razón
en las personas o individuos; el fracaso, el error y la desdicha.
Aquello que creemos por la sola virtud de la imaginación,
puede ser precisamente aquello mismo que obture toda capacidad de razonamiento
y comprensión. Las creencias y opiniones, es decir, los prejuicios, son
precisamente aquello que obtura la capacidad de juicio del razonamiento y la
comprensión.
¿Por qué la opinión pública ha decretado que no conviene
hablar de política ni de religión? Porque en ambos campos del pensamiento
humano se ha obturado imaginativamente toda capacidad de razón y comprensión,
reduciéndolos a un terreno de pasiones y padecimientos. Vedados ambos campos, la idea del alma o esencia como apetito de dicha
individual y la de la política como idea del bien común, resultan
ininteligibles.
En lugar de abstenernos de hablar de política o religión
por prevención de las pasiones, deberíamos preguntarnos por qué nos apasionamos
al hablar de política y religión, al extremo de obturar todo intercambio lúcido
de significados. Vaciados ambos conceptos de toda racionalidad, obturada para
ellos la imaginación como camino a la razón y la comprensión, se habilitan las
pasiones y los padecimientos como su única e inevitable expresión. La
ignorancia apañada por las creencias, opiniones y prejuicios es el principal
recurso del poder para impedir toda comprensión, sembrando desdicha para
cosechar más poder.
En Spinoza toda su obra pretende orientarnos hacia el
conocimiento de las esencias,
presentes en los atributos que nos aproximan a la idea de Dios y en los modos o
modificaciones, las criaturas, que habitan la existencia. Spinoza no es
esencialista por prejuicio religioso, ni siquiera por herencia académica,
Spinoza es esencialista por imperio de la razón, al extremo riguroso de apelar
a un orden geométrico para sus textos. La idea de esencia o alma es una conclusión inevitable del entendimiento
humano y por eso es su principio. Creemos en algún dios por imperio del
pensamiento humano, que necesita alguna explicación o idea de su esencia o alma. No es dios quien nos dará una idea del alma, es el alma quien nos dará a
Dios.
La idea de esencia
que aparece en la primera definición de La Ética, la de “causa de sí”, inicia
la serie de definiciones por ser la expresión de la potencia del entendimiento spinociano,
que no expresa otra cosa que la potencia del entendimiento mismo. Para Spinoza,
la causa de una idea, sea cual fuere, reside en la potencia del entendimiento
como propiedad común y eterna y no como el poder de un determinado sujeto
pensante o método.
La idea de esencia
o alma no es un instrumento previo a la existencia misma y al pensamiento, que
nos debe ser dado y que lo pone en marcha, sino que es el producto de su
ejercicio, la potencia del entendimiento se expresa pensando y es el “libre” ejercicio
del pensamiento mismo el método para pensar. Ese “libre” ejercicio del
pensamiento mismo, atravesando opiniones, creencias y prejuicios, es decir,
conocimientos vagos, es el que nos conduce indefectiblemente hacia una idea de
la esencia o alma, nos orienta por
ser el origen esencial y dichoso.
No alcanzamos ninguna “verdad” porque pensamos, es la
potencia del entendimiento mismo quien, más tarde o más temprano, nos confronta
con la “verdad” esencial. No somos
nosotros mismos quienes pensamos, es la potencia del entendimiento la que nos
piensa y es su infinita sabiduría la que supera ampliamente nuestra propia
existencia o duración, cuando alcanzamos las condiciones de su absoluta
expresión. Así como no es nuestro propio cuerpo el que existe, sino la reunión
de infinitos conjuntos infinitos de cuerpos simples y eternos que componen
convenientemente nuestra complejidad esencial
y nos conducen en una “derivada temporal” o “tasa de cambio en el tiempo” a la
que llamamos duración o vida.
Esa palabra “esencia”
o “alma” usada en la primera definición de La Ética resulta para nosotros
hermética o abstracta, aún después de Ética II en la que es definida, es
necesario llegar a Ética V para alcanzar su profundo significado, como es
necesario para cualquier criatura pensante transcurrir la propia existencia
para alcanzar alguna idea de la esencia.
III
Si la esencia
o alma es lo dado, “aquello que puesto
pone la cosa y que quitado, la quita,” es también aquello que persevera más
allá de lo adquirido. Por concepción o recibimiento (de partes externas y
preexistentes) adquirimos un cuerpo y con él una mente, que expresan
existencia, pero adquirimos sobre lo dado, una esencia o alma. Jamás se adquiere nada sobre la “nada”. La idea tan
piadosa de un dios que crea de la nada, nos hace plausible la idea de que
existe “algo” a lo que llamamos “nada”, esa idea es la tumba del entendimiento
humano, el sepulcro del significado, el definitivo exilio del concepto y del
afecto, el sinsentido. Encarcelada la mente en naderías, privada de conceptos,
se priva al cuerpo de afectos y se lo condena a las afecciones y los
padecimientos, que ya no serán nunca el rumbo hacia algún significado, sino el
agotamiento mismo en la apatía. “El
hombre ignorante ni bien deja de padecer, deja también de ser.”
La suma aleatoria de cuerpos simples, externos y
existentes, no configura ninguna duración, realidad ni perfección, sino en
tanto expresa las relaciones características de una esencia o alma, infinita y eterna. Las partes simples no expresan
ninguna complejidad sino en función de las infinitas relaciones características
de una esencia, infinita y eterna. La
naturaleza no crea de la nada ni crea (cría) cualquier cosa, crea a partir de
lo que hay aquello que su infinita potencia comprende, en ella comprender y
crear (criar) son una y la misma cosa. Comprender y componer, son verbos
unívocos que expresan la dicha de la naturaleza. Son acciones unívocas de la
naturaleza que hace con lo hay aquello más perfecto, su entendimiento infinito
y su obrar infinito son una y la misma cosa, libre de toda voluntad o
finalidad. La naturaleza acontece unívocamente frente a un entendimiento humano
que cree comprender antes de obrar en un “pienso,
luego existo”. No comprende más la mente humana que aquello mismo que obra
el cuerpo, ni obra más el cuerpo que aquello mismo que la mente comprende. La
mente y el cuerpo son la expresión biunívoca de la esencia o alma. La univocidad de los atributos de la Sustancia es
definitivamente herida por el dualismo cartesiano, que hace de la mente un
imperio y del cuerpo el terreno del sometimiento y la esclavitud.
Sólo se compone aquello que se reúne por virtud de las
infinitas relaciones características que expresan una esencia infinita y eterna, y que no se expresa en sí misma, sino en
relación con las infinitas esencias
existentes en acto.
“H2O” es la fórmula que muestra los cuerpos simples y
eternos que componen el agua, pero nada nos dice sobre las infinitas relaciones
características de la esencia misma
del agua con otras esencias
existentes en acto. El conocimiento abstracto desaparece los cuerpos en función
de una idea separada de toda naturaleza. Así el agua es humedad, bruma, niebla, nube,
llovizna, lluvia, mar, río, océano, granizo, nieve, hielo, témpano, glaciar,
polo terráqueo, todos estos cuerpos son agua, incluido el setenta por ciento
del nuestro.
Aquello que determina el ser de las cosas, los seres y
los hechos, nunca es la reunión de sus partes simples y eternas por su propia
simplicidad, sino la relación de su esencia,
infinita y eterna, con las infinitas esencias
existentes en acto. De esa relación surge la “derivada temporal” o “tasa de
cambio en el tiempo” que hace de la nieve un témpano y de la lluvia un mar, del
mar una nube y del río un desierto.
El témpano y la bruma son una y la misma cosa expresada
de modo diferente por virtud de las infinitas esencias de las causas externas y existentes que afectan la esencia del agua. El témpano y la
bruma, dos cuerpos con caracteres y éticas diferentes expresan una y la misma
cosa en diferentes existencias que pueden infinitas cosas diferentes. El
témpano tajea como el más duro acero, la bruma enceguece, borra los contornos
del mundo. Del mismo modo el hombre sabio y el ignorante no son, esencialmente, cosas diferentes, una sola
y misma esencia los habita, “aquello que
puesto los puso y que quitado, los quita”. Nadie sabe lo que puede un
cuerpo en sus infinitos modos diferentes. El hombre ignorante sólo puede
padecer “y ni bien deja de padecer, deja
también de ser”. El hombre sabio conoce la dicha de su esencia y “a nada teme menos
que a su propia muerte”.
Cuatro bases nitrogenadas; adenina, guanina, citocina y
triptofano, configuran en sus infinitas relaciones características, un código
genético. Los cromosomas no son otra cosa que las infinitas relaciones
características de esas cuatro bases nitrogenadas entre sí, enrolladas en sí
mismas. Cuatro ladrillos elementales determinan la extensión o corporalidad del
malvón y del caballo, dos cuerpos diferentes que pueden cosas diferentes son,
esencialmente, una y la misma cosa “que
puesta los pone y que quitada los quita”. No son esas cuatro bases
nitrogenadas sino sus infinitas
relaciones características en una secuencia de ADN. No son la reunión de los
cuerpos simples y eternos que los componen, sino la infinita complejidad de las
infinitas relaciones características de su esencia
infinita y eterna en la existencia.
En función de su extensión o corporalidad esos cuerpos
piensan, el malvón en la luz y la humedad, el caballo en muchas cosas en tanto
es más complejo. Así como no se nos ocurre comparar sus perfecciones, en tanto
ambos son tan perfectos como lo expresan sus esencias, tampoco podemos comparar dos malvones entre sí, ni dos
caballos. Sus códigos genéticos son sólo idénticos a sí mismos, aunque sean
similares entre sí. Nunca hay dos cuerpos idénticos aunque pertenezcan a una
misma “especie”, a un mismo género, tampoco hay dos esencias o almas idénticas, aunque todas convengan entre sí y sean
una y la misma cosa.
La esencia del
propio cuerpo sólo se expresa en la existencia, en la que confronta con las
infinitas causas externas que la afectan, la función de la esencia es existencial, aunque a ella no le pertenezca la
existencia (E I, proposición XXIV), sólo expresa la esencia de la Sustancia Infinita a la que le pertenece existir (E
I, proposición VII).
Las esencias
en la existencia expresan un apetito que es común a individuos de una misma
“especie” o “género”. Todos los malvones apetecen luz y humedad y todos los
caballos apetecen muchas cosas en función de su complejidad. Pero las esencias son aún comunes entre
individuos de “especie” diferente, si obviamos la especificidad del apetito, la
peculiaridad de su deseo, todas las criaturas buscan una y la misma cosa,
satisfacer su dicha esencial e
innata para perseverar en la existencia.
Del mismo modo, el ser humano no puede ser reducido a las
partes simples que lo componen, biología molecular y genética, ellas mismas
eternas por su propia simplicidad, ni siquiera a sus partes más complejas, un
cuerpo y una mente que expresan en él los dos atributos de la Sustancia que le
son propios. El ser humano se expresa en las infinitas relaciones
características de su esencia
individual o alma, en relación con las infinitas esencias existentes en acto. Así, será; manso o rebelde, obediente
o díscolo, fuerte o débil, egoísta o generoso, sabio o ignorante, bueno o malo,
vicioso o virtuoso, sano o enfermo, loco o cuerdo, por virtud de la expresión
de su esencia en acto afectada por
las infinitas esencias existentes.
La “derivada temporal” del alma humana, su “tasa de cambio en el tiempo”, no es
otra cosa que la vida misma, expresión o inexpresividad esencial, beatitud o desdicha.
La beatitud de la que tanto habla Spinoza, no es otra
cosa que la felicidad a la que todas las criaturas aspiran y no es el producto
de un estado especial ni alterado de la conciencia, tampoco un concepto
abstracto ligado a inabordables lejanías, menos aún un premio post-mortem al
alma “buena”. “La beatitud o felicidad no
es un premio que se otorga a la virtud, sino que es la virtud misma”,
entendiendo por “virtud” a la expresión de la esencia dichosa o alma en la existencia.
La esencia
individual o alma se expresa actual y perfectamente en relación a las
afecciones que le producen otras esencias
existentes en acto, en un aquí y ahora al que llamamos “realidad”, así como el
agua se hace bruma, nube, lluvia o témpano, según las afecciones de su esencia en la existencia misma o, en
modo geométrico, el triángulo expresa su perfección en la suma de sus ángulos
internos siempre igual a dos rectos.
Las
características de una determinada existencia no expresan nada más que la
afección actual de su esencia por virtud de las infinitas esencias existentes
en acto que la afectan.
El hombre miedoso no expresa nada más que su propia
impotencia esencial frente a causas
externas que supone poderosas, a la suposición de un poder mayor, corresponde
mayor miedo e impotencia. El hombre esperanzado no expresa nada más que una
dicha esencial e inconstante frente
a una causa externa que supone apenas probable, así como el desesperanzado
expresa una desdicha esencial e
inconstante frente a una causa externa que supone inevitable. El hombre
prudente o cauto, expresa una esencia
que conoce las causas esenciales y
externas que lo superan ampliamente, así como el imprudente o incauto, supone
en su ignorancia, poder doblegarlas. Siempre hay y habrá causas externas que
nos superan ampliamente y pueden destruirnos.
El hombre que odia expresa la carencia de amor, así como
el que ama expresa su abundancia. Ni la carencia, ni la abundancia, son
cantidades absolutas ni determinadas, sólo resultan de un cálculo diferencial
que expresa la propia potencia esencial
y dichosa comparada con la de las causas externas y existentes. Toda alma es
capaz de amar u odiar, según las afecciones de causa externa que padezca en su
existencia y es tan perfecta cuando ama como cuando odia, independientemente de
que eso sea bueno o malo para sí. .
Las ideas cuando son inadecuadas, es decir, cuando no
expresan la dicha de una esencia,
detienen e impiden su expresión, así como los cuerpos maltrechos o maltratados,
descompuestos, entorpecen toda acción. Erradicando toda idea de la esencia o alma, atrapándolas en las
construcciones imaginativas y abstractas de la religión, se coloniza la mente
con la idea de un dios abstracto y sobrenatural que crea de la nada y se la
separa de un cuerpo que abstraído y desalmado es sujeto maleable de dominación
y esclavitud.
La idea de “esencia”
o “alma” es una conclusión inevitable del entendimiento humano y como tal debe
ser prevista por el poder cultural. Esa previsión se actúa y expresa en los
significados religiosos, que pretenden religar abstractamente aquello que está
ligado naturalmente. Los significados falaces, erróneos, abstractos, configuran
trampas para el entendimiento humano, que vaciado de conceptos, es decir, de
afectos, es sujeto maleable de afecciones, pasiones y padecimientos. En el
significado de la palabra “alma” o “esencia”
se alcanza la verdadera capacidad del entendimiento humano, es decir, la idea
adecuada o genética que hace capaz a la mente de alcanzar la sabiduría,
felicidad o beatitud. La mente que alcanza la idea adecuada de su esencia o alma no puede sino pensar
adecuadamente.
Afortunadamente, además de la mente poseemos un cuerpo,
que no es tan fácil de someter como aquella. “Nadie sabe de lo que es capaz un cuerpo.” El cuerpo individual no
cesa, hasta el último aliento, hasta el último soplo de su alma o esencia, en su apetito de dicha, así
como tampoco lo hace el cuerpo común, la comunidad reunida en multitud. El
maltrato de los cuerpos, el hambre, la pobreza, el abandono y el sometimiento,
consumen el aliento vital, agotan el apetito de dicha, tanto como el maltrato
de las mentes, los prejuicios, creencias y opiniones, reunidos en incauta
ignorancia.
La erradicación de toda “esencia” de la existencia humana, ha sido y es la tarea del poder
en la cultura. Los cuerpos desalmados de los individuos y la multitud, son
objeto maleable de dominación reducidos a pura mercancía.
Nacemos separados de la idea de una esencia, porque esa idea es imposible sin la existencia. Es el
tránsito existencial el que nos conduce a la esencia y el poder sabe muy bien que modulando la existencia se
modula toda idea de la esencia. El
tránsito de la existencia humana es un camino inevitable hacia la esencia que como fuente dichosa de
potencia debe ser interferida si se decide construir poder.
El alma es siempre infinitamente más potente que aquello
que concebimos conscientemente de ella, nuestra potencia esencial supera
siempre nuestra potencia en acto. El hombre miedoso piensa su miedo en contra
de la infinita potencia dichosa de su esencia, el miedo es una mala idea. El
hombre esperanzado somete la potencia dichosa de su esencia al azar improbable
de las causas externas, la esperanza es una mala idea. El hombre desdichado
sepulta su esencia dichosa en la presunción de inexorables causas externas y existentes, la tristeza es una
mala idea.
Siendo el alma o esencia
expresión inmanente de la esencia
infinita de la Sustancia, su potencia dichosa expresa Aquella y es esa
expresión la beatitud misma o felicidad. Siempre podemos más que aquello que
pensamos u obramos y es precisamente el pensamiento colonizado por las malas
ideas, aquello que nos somete y aleja del poder hacer y comprender. Así como la
potencia de la esencia individual es
siempre infinitamente mayor que la potencia en acto del individuo, la potencia esencial y colectiva de la multitud es
siempre mayor que la potencia en acto de los pueblos. Nadie sabe lo que puede
un cuerpo y nadie sabe lo que puede la multitud reunida en comunidad.
Reducida el alma o esencia
a una mente colonizada por el poder cultural, se reduce la infinita potencia
del cuerpo al sometimiento y la esclavitud.
No solo Spinoza sino la Filosofía misma encarnada en la
duración de su propia historia, es la búsqueda, el hallazgo y también el
ocultamiento y la tergiversación, de la idea misma de esencia o alma. Sujeta, en tanto producto del pensamiento humano, a
los artilugios que el poder de una cultura ejerce sobre la mente humana, así
como la política ha sido y es sujeto de los artilugios del poder para regular
la potencia esencial de las
multitudes.
El triunfo de determinadas filosofías, es decir, de
determinados sistemas de pensamiento como el cartesiano, no implica su “verdad”
como expresión adecuada del acontecer de las cosas, los seres y los hechos,
sino que explica sus vínculos con el poder cultural, gigantesco y especulativo
sistema de persuasión. No adherimos a determinadas filosofías por amor a la
verdad del acontecer que ellas expresan, adherimos a ellas por persuasión del
poder cultural y así somos persuadidos para trabajar más por nuestra propia esclavitud que por alguna libertad.
Cuando una filosofía o un sistema de pensamiento como el de Spinoza, expresa la
verdad del acontecer de las cosas, los seres y los hechos, será invisibilizado
o tergiversado por el poder cultural que se arroga el derecho a decretar
significados.
IV
No hay una esencia
o alma impoluta que se expresa incólume en la existencia. La esencia o alma es un quantum de
potencia que se diferencia de otras esencias
o almas por una cantidad intensiva, por un quantum de intensidad o de potencia,
siendo todas las almas, cualitativamente, una y la misma cosa. Como toda medida
la suya es una comparación, entre las infinitas potencias de las causas
externas y existentes comparadas con la suya, en un cálculo diferencial del que
surge la “derivada temporal” o “tasa de cambio en el tiempo”. Mientras el
cuerpo dura, el alma cambia según las afecciones que le pertenecen actualmente,
cambia el alma en su expresión corporal y cambia el alma en su expresión
mental, en tanto cada atributo la expresa igualmente. En este sentido, aquello
que llamamos vida, duración o realidad, es una prueba de resistencia de
materiales, en extensión y en intensidad, en función de la expresión de una esencia o alma existente en acto. En
cada momento la esencia o alma es tan perfecta como sus afecciones se lo
permiten, la imperfección del alma es su apatía, desafección del cuerpo y de la
mente, inexpresividad esencial.
Confundir el alma con la mente, desaparece ambos
conceptos, vacía a la mente de todo entendimiento sumiéndola en creencias y
hace del alma una entelequia. Quita toda esencia
de la existencia que se hace abstracta, incomprensible.
Hay un solo concepto que es absolutamente común, innato y
eterno, que es en la parte como en el todo, en el principio como en el final y,
en tanto concepto, es un afecto. Ese concepto/afecto es el de la dicha esencial, que se expresa en los
infinitos atributos infinitos en su género. Dicha de la composición y comunión
en lo extenso, sabiduría del cuerpo, y
dicha del conocimiento y la comprensión en el pensamiento, sabiduría de la
mente. La dicha es la esencia del
alma que es por sí y en sí, tanto en la parte como en el todo y en cada
atributo infinito en su género. La esencia
dichosa o alma es causa de sí y de todas las desdichas, causa primera, esencial
e innata. La esencia es esencialmente dicha, de la composición en lo extenso y
de la comprensión en lo intenso o pensamiento, expresión del infinito en lo
finito, del absoluto en lo determinado.
Sólo alcanza la mente alguna eternidad en la idea de su
propia esencia dichosa o alma y sólo
encuentra el cuerpo alguna eternidad en la composición y comunión dichosas. De
la desdicha existencial se sale dichosamente o no se sale, aquí “salir” es
sinónimo de “existir” y “dicha” es sinónimo de “perseverancia”.
El cuerpo persevera en la dicha de su composición,
nuestro cuerpo se compone a sí mismo infinitas veces a lo largo de su
existencia finita y en la perfección de su recomposición cotidiana radica su
salud y duración. Nuestro cuerpo cambia infinitas veces y es en su duración
infinitos cuerpos.
La mente persevera en la dicha de su comprensión, las
ideas adecuadas abren horizontes cada vez más infinitos y eternos, de tal
suerte que la mente humana puede alcanzar “ideas en el modo eternidad”, que no
son otra cosa que ideas de su propia esencia dichosa o alma, de su propio
origen dichoso que se hace oriente de dicha. Nuestra mente cambia infinitas
veces y es en su duración infinitas mentes.
Hay una sola cosa, infinita y eterna, que de la Sustancia
pasa a los atributos y de ellos a los modos, para regresar a la Sustancia, eso
es la esencia o alma, infinita y
eterna, que puesta pone la cosa y quitada, la quita.
No hay que confundir el atributo con la esencia que él expresa. El atributo
sólo existe para expresar su esencia,
así como la lluvia y el témpano sólo existen para expresar la esencia del agua o, en modo geométrico,
los ángulos internos que suman dos rectos sólo existen para expresar al
triángulo.
Si todo entendimiento debe comprender los atributos de la
Sustancia y sus modos o modificaciones, todo entendimiento debe comprender las esencias que expresan a los atributos y
se expresan en los modos o criaturas. Comprender la esencia individual es comprender la propia dicha esencial y es, al mismo tiempo,
comprender la esencia dichosa de
todo lo creado, esa es la raíz de la compasión, esencialmente dichosa, que busca la dicha individual en la dicha
común y rechaza toda desdicha o miseria.
Mi cuerpo, por virtud de la extensión, se compone a sí
mismo una y mil veces y en esa recomposición se juega su salud y duración. Mi
mente, por virtud del pensamiento, se comprende a sí misma una y mil veces y en
esa comprensión se juega su sabiduría o beatitud. Tanto mi cuerpo como mi mente
expresan, igual y diferente, la dicha esencial.
La comunión esencial es la beatitud
misma, conocimiento y comprensión de todas las esencias existentes en acto (tercer género del conocimiento) que
convienen todas entre sí, compasión dichosa de una existencia en beatitud.
En nuestra cultura, tal cosa no existe, y llamamos
“beatos” a los “santos”, criaturas excepcionales que nos relata la historia y
que la iglesia católica selecciona a su antojo y conveniencia. Afortunadamente
hay muchos más beatos que los que beatifica la iglesia, beatitudes silenciosas
salpican de dicha a la humanidad toda y la soportan como usinas de potencia en
las infinitas variantes de su actividad. Faros de luz que iluminan entre tanta
oscuridad. “La beatitud no es un premio
que se otorga a la virtud, sino que es la virtud misma”, todas las esencias
son, esencialmente, dicha, alegría, beatitud, aunque no logren expresarlo en la
existencia. La felicidad es una cualidad
innata.
La existencia humana parece ser una trama macabra,
destinada y diseñada para asfixiar toda esencia dichosa. Los seres humanos,
cada tanto, descubrimos la dicha esencial y llamamos a esa epifanía “felicidad”.
La felicidad es la manifestación del alma, inmersos en la desdicha de una
existencia meticulosamente tramada, nuestra esencia dichosa e innata es apenas
un hallazgo muy poco habitual. Por eso Spinoza finaliza su Ética diciendo: “lo excelso es tan difícil como raro”.
La tarea es hacer de lo excepcional un hábito, del
hallazgo un derecho, de la dicha un carácter y una ética, y de la felicidad un
modo de ser.-