jueves, 13 de enero de 2011

ECONOMÍA DE LA DICHA (II)





Los seres vivos poseemos una tendencia a perseverar en la existencia, la vida misma puede ser definida como esa tendencia, aquello que Spinoza llama “potencia de existir”, “conatus”, “esencia” o “tendencia del ser a perseverar en la existencia”, que también podemos llamar más sencillamente “aliento vital”. Esa potencia de existir no es virtual, se manifiesta permanentemente en acto porque no hay potencia de existir sin ser existente.
Un ser vivo es aquel que puesto en el mundo (en la vida), tenderá a perseverar en él a través de actos o acciones provocados por deseos que procuran satisfacer el “apetito”, “conato” o la “potencia de existir” de ese ser vivo, es decir, que lo afirman y sostienen en su existencia en el mundo o en la vida.
El deseo es siempre deseo de “dicha” de afirmación y permanencia en la propia existencia. Todo aquello que nos afirma en la existencia en el mundo o en la vida, se manifiesta como dicha. Paralelamente, todo aquello que amenaza nuestra permanencia en el mundo o en la vida, se manifiesta como desdicha o tristeza. La dicha es el haber y la desdicha es el debe en este sistema económico.
Lo primero que experimenta un ser vivo en su esencia, conato, potencia de existir o aliento vital, como ustedes quieran llamarlo, es un estado de dicha, de plena satisfacción en la existencia, configurando este estado su primera afección corporal y su primera idea, es decir, su mente elemental. Puede ubicarse este estado de dicha en el período de gestación intrauterina o en los primeros lazos de la relación madre/hijo o aún en instancias más alejadas y sutiles. Ese estado de dicha primero y dado se configura como sitio primero y conocido que hará posible todo reconocimiento, todo regreso o toda llegada, como primera idea surgida de la afección corporal dichosa.
Ese estado primero de composición y dicha que permite que la esencia pase a la existencia, se configura como el estado primero de autoafirmación, primera noción de existencia, lo conocido que será aquello que tendemos a reconocer y a buscar. El reconocimiento se refiere siempre a la dicha, por haber sido la dicha lo primero conocido. Se configura así la dicha como motor del deseo en nuestro permanente intento de afirmación en la existencia. Reconocemos también a la desdicha o tristeza de manera indirecta o segunda, como todo estado que nos aleje de la dicha conocida.
El concepto de “dicha” va mucho más allá de lo que solemos comprender como el sentimiento de dicha. Se aplica en un sentido más amplio a los estados de conveniencia o de similitud de composición que hacen posibles a las cosas, a los seres y a los hechos.
¿Porqué no es la desdicha o tristeza nuestro primer conocimiento? La desdicha o tristeza no puede ser causa de sí porque no puede ser concepto primero. El concepto de desdicha o tristeza sólo existe como segundo en relación a un concepto anterior y conocido. Pero aún existe otro motivo por el cual la desdicha no puede ser causa primera, por ser desconveniencia entre dos cuerpos, si concibiéramos la existencia de un mundo movido por la desconveniencia que descompone los cuerpos entre sí en aras de otra cosa distinta de ellos, este universo imaginado tendría la característica de avanzar sobre su propia descomposición hacia elementos cada vez más simples, es decir, cada vez más eternos e inexistentes.
Spinoza distingue entre dichas pasivas o pasiones dichosas y dichas activas. La dicha que nos es dada, que es producto de una causa externa que no llegamos a conocer o de la que no tenemos una idea adecuada, es una dicha pasiva o pasión dichosa. La primera pasión dichosa es la vida misma, “concebida”, es decir, “recibida” de una causa externa.
Tener una idea inadecuada es tener una idea confusa, no conocer la razón o causa de aquello que me hace dichoso, de tal suerte que no puedo reproducirlo desde mí, no puedo provocarlo, ser su causa ni ir conscientemente a su encuentro. Soy esclavo del azar de los encuentros, a esto se llama esclavitud.
La dicha activa es aquella de la que tengo una idea adecuada de su razón o causa. La idea adecuada es la que me permite tener la posesión formal de mi potencia de obrar, puedo ir activamente a su encuentro, puedo provocarla, producirla desde mí. A esto se llama libertad.
La libertad es la consecuencia de la posesión formal de la potencia de obrar y comprender, que surge de la formación de una idea adecuada sobre la causa o razón de mis pasiones dichosas, que por ese solo hecho pasan a ser dichas activas (Ética V, proposición III).
¿Cómo pasamos de las pasiones dichosas a las dichas activas?, Spinoza propone como único camino el de las “nociones comunes”. Muchos autores señalan a la “noción común” como un concepto clave en la filosofía de Spinoza.
Nuestro único y primer conocimiento, innato por habernos sido dado, es el de la dicha, todo conocimiento posterior debe ser consecuencia de éste ya que todo aquello por conocer se asienta en lo anterior y conocido (Descartes). El segundo conocimiento deviene del primero y es el de la desdicha, tristeza o sufrimiento, surge en nosotros cuando lo primero y conocido disminuye o se interrumpe. Por eso podemos decir que la dicha, como la verdad, es causa de sí y de todas las desdichas. En la formación de la noción común intervienen estos dos elementales y primeros conocimientos, la dicha nos acerca hacia ella, la desdicha nos aleja.
Spinoza distingue dos tipos de nociones comunes, las más particulares, es decir, las menos generales, que son las más fáciles de formar y las más útiles para la concreta subsistencia, y las más generales o universales, que son las más difíciles de formar y las menos útiles para la concreta subsistencia.
Las nociones comunes surgen como ideas de similitud entre dos o más cuerpos, las más particulares se refieren a mi cuerpo en relación con algún otro cuerpo. Estas nociones comunes particulares se refieren a mí en relación a las cosas, los seres y los hechos que me producen dicha. Son las más fáciles de formar porque el conocimiento de la dicha está en mí, me ha sido dado y de ese conocimiento deviene cualquier reconocimiento. Son también las más útiles para la concreta subsistencia porque me indican el aumento de mi potencia de existir o tendencia a perseverar en la existencia, es decir, mi “realidad”, “perfección” o “duración” (Ética II proposición V y VI).
Todo ser vivo, por joven e inmaduro que sea, está capacitado para reconocer aquello que lo hace dichoso y reclamará su dicha si es disminuida, si no lo puede hacer no permanecerá vivo por mucho tiempo. Permanecer vivo es esencialmente sostener nuestra capacidad de perseverar en la existencia, nuestra potencia de existir, es decir, lograr mantenernos dichosos.
Las nociones comunes más generales o universales relacionan a dos o más cuerpos entre sí desde puntos de vista más generales. Nos hablan de las similitudes de composición más generales de los cuerpos, alejándose cada vez más del punto de vista particular de cada cuerpo, hasta llevarnos a tomar contacto con el punto de vista de la Naturaleza toda, bajo el cual todos los cuerpos muestran alguna similitud de composición (Ética II, proposición XXXVII y XXXVIII). Con las nociones comunes universales podemos llegar a comprender el grado de similitud existente entre cuerpos que no convienen entre sí, nos dan una idea de la desconveniencia misma, al mostrarnos en qué momento al pasar de los puntos de vista más generales a los más particulares, esos dos cuerpos dejan de convenir mutuamente (G. Deleuze, “Spinoza y el problema de la expresión”, Cap. XVII, página 266).
Dicha y tristeza se configuran como los polos que encierran la primera idea de sentido, como orientación o rumbo. Estas dos nociones se configuran como el motor esencial con el que se “diseña” un “destino”.

MENTE, ALMA Y ESPÍRITU.

Toda nuestra materialidad, toda nuestra corporalidad, todo aquello que podamos ser en un principio, tiene en ese principio el único sentido de ser afectado. La capacidad de ser afectados es lo que nos da la entidad de seres. Spinoza nos dice que la afección es siempre afección de la esencia, podemos decir que la esencia no es otra cosa que pura capacidad de afección, dicha innata capaz de ser afectada; eso y ninguna otra cosa es el “alma”. Aquello que en la Ética es traducido como “alma” es en realidad “la mente” (“mens”), o sea, la idea del cuerpo existente en acto y aquello que debería llamarse “alma” no es esa idea sino aquella otra que se refiere a la “esencia”, aquello que puesto, nos pone y que quitado, nos quita, nuestra dicha esencial o infinita satisfacción inmutable que emana de nuestro entendimiento finito en acto, esta idea aparece en la Ética a medida que nos aproximamos al libro V. Muchas veces entre la mente y el alma se extienden distancias insalvables.
La primera afección que nos da la entidad de seres en su capacidad de ser afectados es la dicha, que nos es dada por la vida misma como estatus conocido en el que nos afirmamos. De ella devendrá toda otra afección, nos construimos en la afección de nuestra esencia dichosa. La mente (mens) se configura como idea de la afección de un cuerpo existente en acto y mientras esa afección corporal no sea vinculada con su causa eficiente y primera, es decir, con la afección de nuestra propia esencia dichosa, permanece ignorante de su causa, es decir, pasible, sujeto de pasiones. Por eso la primera idea adecuada del tercer género del conocimiento de Spinoza, es la idea de la propia esencia, el entendimiento adecuado de sí mismo, del que emana la infinita satisfacción inmutable o dicha que nos impide dejar de ser lo que somos y de obrar lo que obramos. Mientras la mente persevere como idea de las afecciones del propio cuerpo sin acceder a la causa eficiente y primera de esas afecciones, es decir, sin acceder a la idea de la propia esencia dichosa, la mente padece y el alma permanece oculta por la ausencia de un espíritu. El alma nos es dada como esencia dichosa, el espíritu debe ser desplegado develándonos la idea de la propia esencia dichosa, de nuestra propia Naturaleza, momento de epifanía al que Spinoza llama “Beatitud” o “Sabiduría Intuitiva”. El espíritu surge cuando la mente alcanza la idea de su propia esencia y de la del cuerpo del que es idea.
Al nacer inmersos en el género del conocimiento de las afecciones (pasiones), la dicha que necesitamos para perseverar en la existencia nos debe ser dada, tiene siempre una causa externa a nosotros mismos y confusa, es decir, no podemos provocar esa dicha desde nosotros mismos, aunque la poseamos esencialmente, estamos sujetos al azar de su encuentro. Esto nos da una idea de la precariedad y al mismo tiempo de la fortaleza en los inicios de la existencia. Nuestra precariedad radica en que sólo somos pasibles, sujetos de pasiones y nuestra fortaleza radica en que buscaremos hasta el más absoluto agotamiento, las pasiones dichosas o dichas pasivas. La tan mentada “alma” no es otra cosa que ese empecinamiento y esa capacidad de dicha propia de todo ser vivo, es decir, de todo ser que logra el estatus de existente. El “espíritu” es la posesión plena de la capacidad de comprender y actuar la dicha esencial.
Crear es criar y eliminando su primera acepción, por incoherente y falsa, que dice: “crear es hacer de la nada” ya que de la nada, nada se hace, nos quedan las otras dos acepciones, a saber: “nutrir al niño o al animal” y “enseñar, educar”. Somos Naturaleza Naturalizante cuando nutrimos o alimentamos por comprender el “apetito” de las criaturas y poder saciarlo, ya sea con alimentos o con verdad. Comprender el apetito, la tendencia, el conato o deseo, es comprender la esencia dichosa, aquello por lo cual las cosas, los seres y los hechos, son y obran, y poder saciarlo es criar, o sea, crear.

No hay comentarios:

Publicar un comentario